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Cronograma de felicidad

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EDNA.RUEDEA2Lo inmutable es quizás lo más difícil de encontrar en la naturaleza. En procesos macros como el movimiento de las constelaciones, o minúsculos como la aleatoriedad atómica, en todos si se tiene la suficiente paciencia se ve un cambio.

Pero, quizás los humanos cruzados por la conciencia de una vida que rara vez supera un siglo, sentimos la premura por ver los procesos empezar, culminar y tener impacto, con suficiente tiempo para podernos hacer una opinión o una crítica retrospectiva.

El acelerado ritmo que impuso el siglo XX y que el siglo XXI parece dispuesto a duplicar, solo nos ha convertido en una especie colectivamente más ansiosa y fácilmente frustrable. Constantemente estamos desafiando los ritmos que la naturaleza impone, aumentando los periodos de luz en el día que antes se apagaba a las seis de la tarde.

Aceleramos el crecimiento de niños y pollos, aprendimos a apresurar la maduración de un aguacate envolviéndolo en las viejas noticias de un periódico y hasta el calentamiento global ha hecho precipitadas las estaciones que antes eran más constantes.

El tiempo parece el nuevo gran Némesis de la raza humana. Congelamos, descongelamos, aceleramos y luego revertimos, en una angustia permanente por terminar antes de la fecha de entrega, una fecha que impusimos nosotros de manera aleatoria y que pasa de ser una sugerencia a un amo esclavista.

Las tablas que nos controlan juzgan el tiempo en el que un niño aprende a caminar, le da un número estricto de palabras que se espera de él antes de volar su primera cometa, le pone límite a la espera para sus primeras manifestaciones sociales y antes de que llegue a alcanzar el columpio, ya ha incumplido la mitad de las expectativas de sus padres.

La lista de los deberes empieza antes de aprender a sonreír, y después de eso solo aumenta y se hace más estricta. Hay un cronograma dictatorial que les dice a todos cuándo y cómo ser felices, y condena la diferencia, patologizando cualquier parecido a la disidencia.

En un mundo tan absurdamente homogéneo, además de hacernos más eficientes y ocupar el menor tiempo posible antes de un hito de bienestar que no parece llegar nunca, tenemos que ser recordados una y otra vez acerca de cómo dormir, respirar o disfrutar del ocio. Incluso estos momentos, ya parecen estructurados para hacerse condicionados y por supuesto, documentados en alguna red social, para otra vez caer en el patrón de regularización de esto que hemos colectivamente llamado ‘éxito’.

La propuesta es más simple: sin que nadie lo sepa, quedemos un minuto en silencio, percibiendo ese latido del corazón que no volverá a pasar jamás.

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan

 

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