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Hazel Robinson publica relato en edición 200 de Revista Aleph

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No hay ninguna descripción de la foto disponible.La escritora isleña Hazel Robinson Abrahams publicó el cuento ‘Poty, el chino de las Islas’ en la edición especial (número 200) de la prestigiosa revista literaria Aleph, fundada en Manizales en 1966.-(Ilustración: Pilar Gonzalez Gómez)

Esta icónica publicación nació en 1966 y lleva 56 años de edición ininterrumpida por el empeño de sus fundadores, que ha permitido, entre otras cosas, la construcción de una inmensa red global que incluye poetas, cuentistas, novelistas, artistas y músicos de América Latina y Europa.

Por su parte, la contribución de Robinson Abrahams en esta edición es un tributo a la memoria de los chinos de Cantón que comenzaron su arribo al Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina a finales del siglo XVIII.

La edición 200 también contiene una nota especial sobre la historia semiológica y la imagen de Aleph, a cargo del arquitecto de Santiago Moreno, ex rector de la Universidad Nacional, Sede Caribe, y colaborador de la primera hora de la decana revista.

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A continuación, el cuento de Robinson Abrahams

POTY, EL CHINO DE LAS ISLAS 

Todos sabemos lo que la civilización le debe a los orien- tales y en especial a los chinos, pero pocos en la isla saben y en el interior del país menos, la contribución de los chinos de Cantón a las islas de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.

A finales del siglo XVIII en su goleta “Victory” el capitán Victor Abrahams Bernard, trajo a las islas los primeros ciu- dadanos chinos, un total de ocho, que camufló haciendo que se introdujeran en barriles de madera en el puerto de Limón, Costa Rica, y los desembarcó en el cayo East South East o cayo Bolivar. Los pescadores que estaban en el lugar, les die- ron el aventón a la isla de San Andrés.

Ellos presentaron sus identificaciones y se conocieron siempre por ellos. Llegaron a formar parte de los nativos o raizales de las islas. No sobra informar que nunca hubo dis- cordias entre la comunidad que habitaba las islas, con estos nuevos allegados y menos con la Ley.

Habían llegado de Centroamérica y salieron de allá ca- muflados para salvarse del mal trato recibido donde eran vendidos como esclavos negros, en Costa Rica, donde los habían contratado para la construcción de la red ferroviaría al Atlántico o sea de San José, la capital, a la provincia costeña de Límon. Igual que ellos, otros también se habían fugado hacia otras naciones de Centroamérica.

Desde un principio los contratados chinos e italianos se quejaron del mal trato recibido en Costa Rica, negándose a trabajar y huyendo del lugar, obli- gando a los contratistas a buscar exesclavos y sus descendientes negros en islas del Caribe para trabajar en la construcción.

Existía en aquel entonces mucha comunicación de nuestras islas con Li- món, en el comercio de verduras, frutas y animales domésticos.

Estos ocho chinos, y los demás que fueron llegando a las islas, se dedica- ron a labores culinarías y comercio. Fueron los primeros en abrir tiendas de barrio para vender al público, y ofrecer comida diaria a los pocos empleados del gobierno del interior del país.

Es muy conocido en la isla un plato denominmado “ChopSue”, distinto al que ofrecen los restaurantes orientales con el mismo nombre en otros lugares. Esta delicia llegó a formar el menú dominical de muchas familias en las islas.

Tampoco se puede desconocer el nacimiento de la primera mujer de origen chino en la Isla, Camsang, conocida como “Camy”. Sus padres fallecieron y fue adoptada por otra de las familias chinas.

Según relatos de viejos marineros, en una ocasión un capitán trató de in- gresar treinta chinos sacados ilegalmente de Limón, pero el Prefecto de las islas, de entonces, prohibió su estadía. No se volvió a saber de ellos. Y según parece tampoco volvieron a Limón.

Entre los primeros ocho que llegaron a las islas, llegó POTY. No sabemos si el sonido de la palabra significaba algo en su lenguaje, pero en las islas Poty significa la mezcla de brea y alquitrán que se unía para calafatear con estopa a las goletas en construcción o en reparación (Caulk with poty).

Al Poty chino lo conocí como un hombre de poca estatura, peso y edad imposible de calcular, piel blanca en comparación a la mayoría de los nativos, con poco cabello y pocos dientes, facciones típicas de su raza.

Usaba unos lentes de aros metálicos seguramente de oro, que descansaban en la punta de su nariz, lentes que seguramente trajo de la china, ya que nunca salió de la isla.

Vestido siempre de pantalón de algodón no muy blanco, con una pita para sostenerlo en la cintura y con una camiseta siempre sudado de cuello alto y mangas cortas. Caminaba no muy recto, con cierta inclinación hacía el piso y calzado siempre con chanclas de cuero. Nunca lo escuché hablar su idioma pero se defendía con el creole nativo con acento chino.

Lise finish = (cuando se acababa el arroz) en vez de Rise finish = Se acabó el arroz.

Pero Poty debió haber llegado joven, con todos su dientes y cabello, y ca- minando recto. Se había casado con Tabes, cuyo nombre completo era Betsy Bent Mitchell. Ella, como todas las mujeres que se casaron con los chinos en las islas, era de familia muy conocidas y de ascendencia blanca. En la historia sobre la etnia china en las islas, aparecen varios de ellos casados con herma- nas de una misma familia.

Nunca vi a Poty reunido con otros chinos de la isla, o tampoco con nativos.

Vivía con Tabes en una casa de un solo piso, en la hoy Avenida 20 de Ju- lio, (hoy Ferretería Apolo) frente a la casa de mi abuela. Y lo que sería la sala la convirtieron en una tienda, con un mostrador de madera que yo consideré, a los 10 años, innecesariamente alto. En las paredes muchas repisas vacías, como esperando que llegara mercancía para llenarlas. Fácilmente con un dro- ne se podría hacer el inventario de la tienda de Poty.

Las puertas y ventanas de la tienda vivian abiertas, dia y noche, la únicas veces que las cerraban, cosa que nosotros los niños nos cerciorábamos, era durante el paso de funerales hacia las iglesias.

En las repisas, unas botellas a medio consumir, que tenían la etiqueta de licores de distintas marcas, menta, brandy y whisky que los marineros de las goletas y trabajadores de las plantaciones de coco llegaban a solicitar. Servía el licor a menudeo, los clientes llegaban y él les servía un trago, lo tomaban, pagaban y salian del lugar. También vendía pan que él y Tabes hacían. Ofrecía también en la tienda, harina y mantequilla, aceite de coco, kerosine, y un ver- mífugo llamado “salt fisic”. Y encima del mostrador una botella de caramelos de menta color blanco con rayas rojas, que él mismo confeccionaba.

Caramelos redondos y delgados, cortados a tres pulgadas, a dos centavos cada uno. Según se decía, eran especialmente para los de las iglesias que com- praban un trago y necesitaban disimular el olor. Pero los niños descubrimos los confites y el no se negó a que los compráramos. Claro, escondidos de mi abuela y la abuela vecina, quienes alegaban la falta de sanidad, con mezcla de azúcar y licor de menta en vez de esencia de menta.

Nunca le conocí la voz a Tabes; vivía sentada en el balcón de la casa y en- traba a la tienda de vez en cuando, miraba las botellas de licor y según parece calculaba la cantidad en cada una. Casi siempre bajaba una de la estantería y a pico de botella lo probaba.

No era fácil conseguir los dos centavos valor de los caramelos, pero discu- brimos que si asistíamos al catecismo que la hermana Alicia de Providencia organizaba los domingos en la casa de los Humphries, a las cuatro de la tarde, por nuestra dedicación y fiel asistencia nos regalaban medallas de plata, con imágenes de santos.

La asistencia no era muy concurrida. Los niños católicos eran contados. Esto permitía solicitar más medallas por repetir bien las oraciones del padrenuestro y el credo, la hermana terminaba premiándonos con dos medallas a cada uno.

Un primo, llamado Alberto, que vivía en la cuadra con su buena madre y que tenía alma de músico pero corazón de gamin, nos contó lo que él había descubierto con las medallas, y los niños de la cuadra de la Avenida 20 de Julio, entre el parque Bolivar y la Estación de la policía, decidimos probar lo descubierto.

El nos mostró cómo quitarle la argolla a la medalla en ciertas partes de las recién tres cuadras de la pavimentada 20 de julio, buscando un lugar donde el agua de cemento se filtraba por las formaletas de madera y al secar formaba una fina lima. Se le entregaba al viejo Poty como una moneda de dos centa- vos. Y ¡resultó! Resultó, hasta el día que Tabes se dió cuenta y en adelante al entregarle la medalla a Poty, se cercioraba con los dedos si la moneda estaba lisa o presentaba desigualdades en su alrededor, lo cual quiere decir que Poty usaba las gafas como recuerdo.

Poty también vendía El Chance, un servicio que consistía en dejar ano- tado su nombre en un número, del 00 al 99 y pagar cinco centavos o más y esperar hasta el domingo a las 12 del día, cuando los tres radios que estaban conectados a la batería de 12 voltios de los tres únicos carros estacionados a propósito, en lugares específicos, transmitían el número que había premiado la lotería de Panamá. Con cinco centavos ganabas tres pesos.

No nos dimos cuenta, cuando Poty y Tabes se despidieron de la comuni- dad, pero no hay duda de que para muchos viejos de hoy, como Eno, James, Hartley, Boots y yo, quedó en el recuerdo uno de los chinos que llegó a las islas y compartió su vida y sus caramelos con licor de menta con nosotros.

 

Última actualización ( Jueves, 10 de Febrero de 2022 09:47 )  

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