Es probable que nuestros ancestros no hayan imaginado nunca un mundo sin violencia ni muertes puesto que sus vidas eran moldeadas desde el principio para la guerra. La vida no parecía ser sagrada para ellos, sino una presa que saciaba sus delirios de licantropía. Es triste que aún sigamos en esas y Colombia parezca hoy un lugar maldito por cuenta de su guerra de 50 años y el narcotráfico.
Esa falta de amor por la vida ha conseguido que nuestra reacción ante a la muerte violenta de cualquier compatriota sea un simple y reprochable “algo hizo” y no un acto contundente de unidad y cohesión social para frenar a quienes la truncan por cualquier cosa. Tal como acabamos de hacer, otra vez, ante el vil asesinato de cuatro niños indefensos en una vereda de Florencia, Caquetá.
Es mucho lo que hay por hacer, todavía, para que los ineludibles problemas cotidianos de la humanidad sean resueltos a la manera de Gandhi y no a la de Hitler, pero nunca es tarde, dicen los optimistas. Por tanto, la emancipación de la vida a través de la destrucción del miedo y la construcción del amor verdadero es posible. Es hora de decirle a la muerte que ya ha hecho bastantes desastres en esta nación y debe ocuparse de sus asuntos rutinarios solamente.
La marcha del próximo 8 de marzo del presente año, a la que nos convoca el ex alcalde Antanas Mockus, tiene en el fondo el propósito excelso de llamar la atención de todos nosotros para que honremos los esfuerzos intelectuales y físicos de quienes nos antecedieron en la lucha por alcanzar la paz mundial. Y los colombianos, más que nadie en el orbe, sabemos muy bien cuán alto es el costo que se paga por una guerra y cuánto perjuicio causa a la paz y a la concordia la indiferencia social y la falta de solidaridad.
La vida no solo necesita de la protección de las leyes, sino de la conciencia humana. La meta de coexistir sin agredirnos físicamente y creer, como lo creyó Dostoievski, que “la vida se debe amar por encima de todo, amarla antes que razonar, sin lógica, pues solo así se comprenderá su sentido”, no es un sueño inalcanzable. Y depende más de nosotros mismos que de factores externos.
Por eso conseguir que la violencia de cualquier índole no sea más nuestro modo de resolver los conflictos habituales es el reto de la actual generación. La vida es corta. Y cuando se dispone de tan poco tiempo, lo peor es perder la calma.
COLETILLA: “Debemos vivir con sencillez, sencillamente para que otros puedan vivir” —E. F. Schumacher.
@nadimar65