En los callejones donde viven las palabras, se gesta una batalla silenciosa. Un enfrentamiento de ideas, de visiones, de mundos que chocan entre sí y en el centro del tumulto, yace el lenguaje, envuelto en una armadura de dobles sentidos y significados ocultos.
Ese velo traslúcido que intenta cubrir las grietas de la sociedad con un manto de uniformidad lingüística, se alza como una nueva divinidad, un ídolo moderno ante el cual todos deben inclinarse. Pero, ¿qué es la corrección política sino una máscara de buenos modales que oculta la verdadera esencia del discurso humano?
El lenguaje, esa arma de doble filo, se erige como el nuevo héroe en esta batalla por la transformación social. Se propone como el alquimista que puede moldear la realidad a su antojo, cambiar el curso de los ríos y los destinos de los hombres con una simple palabra. ¿Acaso es el lenguaje el verdadero agente de cambio, o simplemente un espejo que refleja las ansias de poder y control de aquellos que lo manipulan?
En los salones del privilegio urbano, donde las élites intelectuales se erigen como los guardianes de la virtud, se fragua una nueva tiranía. Una dictadura de lo políticamente correcto, donde cada palabra es escrutada con lupa y cada pensamiento es juzgado con rigidez moral.
¿Qué hay detrás de esta fachada de buenas intenciones? ¿Acaso la corrección política busca verdaderamente erradicar la discriminación y la injusticia, o simplemente perpetuar el status quo bajo una nueva apariencia? ¿Es acaso justo imponer una visión homogénea del mundo, donde las diferencias son borradas en aras de una supuesta igualdad?
La lucha contra las injusticias y las desigualdades es noble y necesaria, pero cuando se pretende imponer una visión racializada, estereotipada y victimizante del mundo, ¿acaso no estamos cayendo en las mismas trampas que intentamos evitar? ¿Es acaso la corrección política una verdadera lucha por la equidad, o simplemente una nueva forma de opresión disfrazada de bondad?
En este laberinto de palabras y significados, donde la verdad es un concepto esquivo, es imperativo cuestionar el poder del lenguaje y las intenciones detrás de la corrección política. Porque, al final del día, la verdadera transformación social no vendrá de imponer nuevas normas lingüísticas, sino de abrir los corazones y las mentes a la verdadera diversidad humana, con todas sus luces y sombras. Y en ese viaje hacia la autenticidad y la comprensión mutua, el lenguaje, lejos de ser un arma de control, se convierte en un puente hacia la verdadera libertad.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.