La súbita irrupción de la estatua del prócer isleño Francisco Newball Hooker, hincada esta semana a un costado de la avenida homónima; sin lugar a dudas, hubiera sido de mejor recibo si el personaje en ciernes luciera una actitud noble y serena, acorde con su investidura de estadista.
En cambio, el artista o diseñador de la obra –¿alguien sabe quién es?–, basándose posiblemente en un retrato de la época, esculpió su rostro lo mejor que pudo, pero de manera inexplicable, tuvo la ocurrencia de añadirle el gesto ramplón de su dedo pulgar izquierdo elevado al cielo.
Como quien dice: “Todo bien, todo bien… como el Pibe”.
Este último ademán, además de inelegante, inoportuno e injustificado; nos deja, una vez más, el sabor amargo de las cosas mal hechas, a la carrera, solo por cumplir. Y, a propósito, cabe la pregunta, dada la evidencia: ¿Que mensaje –si lo hubo– habrá querido enviar el autor con tal guiño de inequívoca satisfacción?