¿Cómo mantener encendido el fuego?

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SANABRIA.OBISPOUna vez llegó un profeta a una ciudad con el fin de convertir a sus habitantes. Al principio la gente le escuchaba cuando hablaba, pero poco a poco se fue apartando, hasta que no hubo nadie que escuchara las palabras del profeta.

Cierto día, un viajante le dijo al profeta: ¿Por qué sigues predicando? ¿No ves que nadie te escucha? Y el profeta le respondió: Al principio tenía la esperanza de poder cambiarlos. Pero si ahora sigo gritando es únicamente para que no me cambien ellos a mí.

Lo que vemos aquí es a un profeta valiente con convicciones profundas. Está convencido de lo que grita, y aunque no tenga muchos oyentes, es más, aunque quede solo, él sigue creyendo en lo que está gritando, mantiene encendido el fuego de su convicción. En la palabra de Dios de hoy dice Jesús a sus discípulos: “he venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que esté ya ardiendo! (Lc 12, 49) El fuego del que habla Jesús es el fuego de su amor, el fuego de su palabra. ¿Cómo mantenerlo encendido? Aparecen cuatro convicciones, que son cuatro palabras que comienzan por la letra c.

La primera convicción, es que somos del camino. A los primeros cristianos se les llamó “Los del camino”. Somos peregrinos. Desde el momento que venimos al mundo, estamos en camino, y Cristo, con su encarnación, ha abierto un nuevo camino por el que el hombre puede llegar hasta Dios. Jesús es la coronación del camino que Dios ha planeado para la salvación; de hecho, el Señor se autodenomina el camino.

El camino del cristiano no es fácil. Quien opta por Jesucristo tiene que ser coherente con las exigencias del evangelio, de lo contrario este mundo se lo come vivo, y va a terminar en el camino contrario, o botado al borde del camino. Mantenerse en el camino del bien es mantener encendido el fuego de Dios; a sabiendas que el camino del bien no es fácil; en cambio el camino del mal es amplio y atractivo. Somos los del camino, pero del buen camino bueno como escribía un querido Obispo.

La segunda convicción la planteamos con la palabra contradicción. El Profeta Jeremías es símbolo de contradicción. Ante su predicación aparecen, por un lado, los que “se apoderaron de Jeremías y lo metieron en la cisterna y Jeremías se hundió en el lodo del fondo. Por otro está Ebedmélec, quien toma tres hombres a su mando y saca al profeta Jeremías del pozo antes de que muera” (Cfr Jr 34, 4 – 10) El profeta se mueve entre odios y amores, pero no desiste ante los ataques. Mantenerse fiel al mensaje es mantener encendido el fuego del amor divino.

La contradicción también la asume Jesús y conscientemente dice: “¿piensan que he venido a traer paz a la tierra? No, sino división” (Lc 12, 51) Y es claro, que quien asume con radicalidad el evangelio, va a tener contradictores hasta es su propia casa. El fuego del amor de Dios, tiene como misión purificar y quemar lo que no se ajusta al evangelio, y eso causa dolor y contradicción. No ceder ante las contradicciones y ataques es mantener encendido el fuego del amor divino.

La tercera convicción la resumimos en la palabra conversión. La Carta a los Hebreos la expone con claridad: “corramos… renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia…” (Cfr Hb 12, 1 – 4) Cuando hablamos de conversión hablamos de opciones radicales. No podemos pensar que seguimos al Señor coqueteando con el mal. La coherencia de vida es una tarea de no terminar. Todos tenemos algo que nos estorba, somos víctimas del pecado que nos asedia. Tenemos que ser como un vidrio absolutamente limpio que permite ver a Dios tal cual es. Por eso, vivir en permanente conversión es mantener encendido el fuego del amor de Dios.

La cuarta convicción la recogemos en la palabra coraje. El coraje o la valentía no proviene de nosotros, sino del Señor, como dice el texto bíblico: “fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, a quien, en lugar del gozo inmediato soportó la cruz, despreciando la ignominia y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Por lo tanto, corramos con constancia… y no se cansen, ni pierdan el ánimo” (Heb 12, 1- 4).

El Salmo es el canto dirigido al Señor del coraje: “Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito. Me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre la roca, y aseguró mis pasos” (Salmo 33, 1 – 2). Coraje es los mismo que pasión por algo. Vivir apasionados por el evangelio es una manera de mantener encendido el fuego de amor divino.

María Santísima vivió con la lámpara encendida, por eso es modelo para que enfrentemos nuestra misión sin dejar apagar el fuego del Evangelio que Jesús vino a traer.

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.