Alimentémonos del cielo para transformar la tierra

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SANABRIA.OBISPOEl cristiano no pude alimentarse espiritualmente de comida chatarra, de la cual también se encuentra mucha en el mercado religioso. El cristiano requiere alimento celestial._Una vez un falso profeta llegó a la aldea y aterrorizó a todo el mundo con amenazas de males que vendrían del bosque...

Las personas, asustadas, reunieron una enorme cantidad de dinero y se la entregaron a este hombre con el objetivo de que alejase de ellos aquellos peligros. El hombre compró algunos panes viejos, y empezó a arrojarlos a trozos alrededor del bosque, recitando palabras incomprensibles. Un muchacho se le acercó: ¿Qué está usted haciendo? Estoy salvando a tus padres, a tus abuelos y a tus amigos de la amenaza de los tigres.

¿Tigres? ¡Pero si no hay tigres en este país! Gracias a mi magia dijo el falso profeta– que, como puedes ver, funciona siempre. El muchacho aún quiso replicar alguna cosa, pero los habitantes decidieron expulsarlo de la ciudad, pues estaba estorbando el trabajo de aquel hombre santo (Paulo Coelho).

Esta historia tiene más de real que de fantasía. El ser humano, por ser trascendente, porque va más allá de lo puramente físico, y se eleva al plano espiritual, necesita una relación profunda con Dios, bien cimentada, con principios de fe sólidos. Si no adora a Dios, termina adorando a las piedras. Estamos de frente a una necesidad básica del ser humano, la de alimentarse espiritualmente de manera responsable. Es bueno tener en cuenta varios puntos.

El primero es que el alimento espiritual debe proporcionarlo quien sabe alimentarse de Dios. Aparecen falsos profetas, habladores y mentirosos, a quienes le interesa el dinero antes que el bien espiritual de las personas. Y aparecen comunidades fácilmente manipulables que terminan defendiendo al falso profeta y expulsado a quien piensa de manera sensata y profunda. Quienes nos ofrecen el alimento espiritual deben ser lo mejor cualificados.

El profeta Nehemías nos cuenta “los levitas leían el libro de la ley de Dios con claridad y explicaban el sentido, de suerte que el pueblo comprendía la lectura” (Neh 8, 6). No necesitamos habladores, necesitamos conocedores de la Palabra de Dios que la enseñen con fidelidad. Eso dice san Lucas, “Yo también, ilustre Teófilo, después de haberme informado minuciosamente de todo, desde sus principios, pensé escribírtelo por orden, para que veas la verdad de lo que se te ha enseñado” (Lc 1, 1 – 2). La verdad de Dios hay que exponerla en orden, en todo su conjunto, y con toda verdad. Cuidado con los falsos profetas, expertos en palabrería, que exponen doctrinas raras y exigen comportamientos extraños, sin fundamento en el evangelio.

Segundo elemento es el alimento en sí mismo. El profeta Nehemías nos dice que, Esdras, el sacerdote, trajo el libro de la ley ante la asamblea, formada por los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón… y leyó desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de los hombres, las mujeres y todos los que tenían uso de razón. Todo el pueblo estaba atento a la lectura del libro de la ley”. El alimento espiritual del pueblo es la Palabra de Dios

Jesús toma el rollo del profeta Isaías, lo expone y le da cumplimiento La Palabra de Dios es un alimento sólido. Posteriormente Jesús se nos da él mismo como pan de vida y nos regala los sacramentos. Quien alimenta a su pueblo de Dios no inventa tigres donde no los hay; no recurre a la magia ni a cosas traídas de los cabellos.

El tercer aspecto es el ambiente para recibir el alimento. Dice san Pablo, “así como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros y todos ellos, a pesar de ser muchos, forman un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros, seamos judíos o no judíos, esclavos o libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo, y a todos se nos ha dado a beber del mismo Espíritu”. (1 Cor 12, 12 ss) El mejor ambiente para alimentarnos es el ambiente comunitario, el ambiente de pueblo de Dios. Hablar de cuerpo de Cristo es hablar de comunión entre los que comemos el alimento divino y Dios; es hablar de fraternidad, por un mismo alimento crea entre nosotros un mismo espíritu. Los que se alimentan de Cristo están dispuestos a formar el cuerpo de Cristo, donde cada uno aporta los dones recibidos y los pone al servicio de todos.

Un último elemento, el alimento del cielo nos llena de fuerzas para transformar la tierra. Jesús se apropia las palabras de Isaías: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor” (Lc 1, 14 ss).

El que ha alimentado de Dios no se encierra, no se vuelve egoísta, no anda viendo el diablo en todas partes, eso es fruto de las falsas espiritualidades; sino que sale de su caparazón, de su comodidad y se compromete con la comunidad, con los más pobres, con los que viven en las periferias, y siempre ve en todos a Dios y busca la manera de servirlo. Alimentémonos del cielo para poder transformar la tierra.

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.

 

Última actualización ( Domingo, 23 de Enero de 2022 04:45 )