El viaje de la Vida

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SANABRIA.OBISPOLa palabra de Dios de este Domingo nos presenta la imagen del mar. Muchos sueñan con conocer el mar. Para toda persona que se pone frente a la inmensidad del mar le queda la sensación de un poder formidable, imposible de domar, terrible cuando se desencadena, amenazador para los marinos.

Muchos utilizan la imagen del mar cuando no sabe qué hacer y dicen, tengo un mar de dudas; también hablan de un mar de miedos y de otras situaciones inciertas a las que no saben cómo enfrentar.

Para el mundo bíblico, el mar representa un peligro mortal, simboliza los poderes adversos; se identifica como el lugar demoníaco, a donde van a precipitarse los cerdos endemoniados; el mar sigue atemorizando al hombre.

Pero aún así, el mar sigue siendo reducido al rango de creatura, y por lo tanto Dios tiene el poder de vencerlo. Ante el mar, Jesús manifiesta su potencia divina, por eso camina sobre el mar, lo calma con su palabra, porque Jesús tiene un poder sobre humano.

Hay otro elemento importante que es la barca. Es símbolo de la Iglesia en el mundo, también de la iglesia doméstica, de la pequeña comunidad cristiana, del grupo apostólico. Una barca es vulnerable, que puede llenarse de agua, que puede tambalearse fácilmente en altamar, como sucedió con el titanic que terminó en el fondo del mar.

El mar, siempre envidioso, no quiere permitir que la nave de la Iglesia navegue tranquila, por el contrario, su intención es hundirla cuando antes y no permitirle llegar a la otra orilla. El demonio no puede soportar tranquilo la felicidad de una familia, ni la paz de la Iglesia y de las comunidades cristianas.

Su objetivo es crear inestabilidad, que el desespero y los gritos causen terror y miedo, de tal forma que no se sepa cómo enfrentar la vida. El demonio busca que se pierda la calma y que se empiece a echar culpas los unos a los otros, de lo que no escapa Jesús, a quien se le juzga de indiferente y de importarle poco nuestra vida.

Hablemos también de los pasajeros y sus actitudes. Van los discípulos, es la comunidad de Jesús, ese puñado de hombres lo ha venido formando para que se hagan responsables de la barca de su Iglesia; aunque Jesús va, está dormido. Sin embargo, ellos comienzan a desesperarse ante el peligro. No están todavía preparados para asumir situaciones límite, no saben actuar en horas de dificultad.

La meta es llegar a la otra orilla, para lo cual deben enfrentar el mar con sus peligros: oscuridad de la noche, mar embravecido, nada menos que un fuerte huracán, olas que rompen contra la barca hasta llenarla de agua.

La gran lección: no viajar solos, lo mejor es llevar a Jesús en la barca y confiar que si Jesús va él es capaz de silenciar hasta al más furioso enemigo, el mar de dudas, el mar de miedos, el mar de dificultades.

¿Cómo actúa Jesús? De frente al mar Jesús se puso en pie, increpó al viento y le dijo: ¡silencio, cállate! El viento cesó y vino una gran calma (Mc 5, 39). Se cumple lo que dice el libro de Job: “Dios le impuso límites con puertas y cerrojos” y le ordenó: “Hasta aquí llegarás y no pasarás, aquí se romperá la arrogancia de tus olas”. (Cfr Job 38, 8 – 11).

De frente a los discípulos les recrimina: ¿Por qué son tan cobardes? ¿Aun no tienen fe? Un resultado grande de este milagro no es simplemente que el mar se calmó, sino que los discípulos ahora son otras personas, otros cristianos, su fe ha madurado, ha cambiado, como dice san Pablo: “El que vive con Cristo es una creatura nueva” (2 Cor 5, 17).

¿Quién es este? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen! El poder de Dios está por encima de los enemigos más grandes del hombre. No dudemos en enfrentar la vida, en lanzarnos al viaje de la existencia cotidiana enfrentando las adversidades. Si Jesús va con nosotros, lograremos llegar a la otra orilla.

* Vicario Apostólico de San Andrés y Providencia
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.