Cuando le heredaron el loro, después de la muerte del viejo Lucio, nunca imaginó, lo traumatizado que podía estar un loro. El viejo estaba cerca de sus cien años, cuando en un episodio de anormal lucidez, le ordenó a su nieta entregarle a Rito con su vecino.
Una vez se fuera del mundo, Rito debería pasar al patio de al lado, para acompañar a otro durante los años que le quedaran.
Rito era también un anciano, un loro hijo de la lora de un amigo; con tantos años/loro como su dueño viejo. Vivió con la familia siempre entre el patio de atrás, y la habitación del fondo, dependiendo de si era invierno o verano, de si había visita o si mudaba las plumas.
Rito hablaba mucho cuando se mudo de casa, pero su discurso era raro como él.
Rito tenía un repertorio de lamentos muy particular: Cuando se le dejaba solo en el patio, en tono lánguido decía: “Me han dejado solo… se han ido todos”… Si escuchaba a alguien hablar repetía incesante: “y… vos que sabés”.
Cuando estaba de mejor ánimo siempre se le oía:” me sigues jodiendo y me voy, me voy al Paraná a pescar”; también solía llorar incontrolablemente un par de noches a la semana… Tan raro era que el vecino intrigado, le preguntó a uno de los hijos de Lucio porque hablaba como lo hacía… Y es que no decía groserías, tampoco pedía cacao, o silbaba a modo de piropo a las mujeres que caminaban la acera de enfrente.
Rito era un loro raro, y cuando Jerónimo, el hijo de Lucio empezó a oír la queja del vecino, sintió el mismo aburrimiento que le producían los cuentos de su Madre sobre el condenado animal… pero algo llamó la atención del hombre sesentón, los lamentos del loro se comenzaron a parecer inquietantemente a los de su Padre, fue precisamente la recurrencia para ir a pescar al Paraná la que lo capturó…
Pronto Jerónimo se hizo nostálgico y atento, terminó de oír al hombre.
“Es mi padre -dijo-, el loro repite lo que mi padre decía”. Lo que nunca había oído Jerónimo era los suspiros de su viejo, tampoco sabía que se sentía abandonado y que lloraba solo en el patio de la casa.
Jerónimo, decidió recobrar la patria potestad de Rito, llevarlo a su casa, y convivir con el fantasma de su padre, que usaba la laringe del animal para contarle a su hijo sus dolencias… Lo curioso es que Rito no se lamentó mas… ahora decía: “No señor, yo no me voy a morir”.