En San Andrés, parece que nos fascina decirles a los demás cómo ‘deberían’ vivir sus vidas. ¿No les parece? Imagina que la existencia es un gran edificio. Cada apartamento es una persona, cada luz encendida en una ventana representa una vida distinta. Estamos hechos de luz, de fuego interno, pero dime: ¿tu fuego es de los que alumbra o de los que quema?
Hoy en día, las redes sociales se han convertido en el arma más reciente de destrucción social. Páginas anónimas difunden información injusta, errónea e inexacta sobre la vida de quienes forman nuestra comunidad. La vida privada de cualquiera se expone sin pudor, sin considerar que quienes la viven ya cargan con suficiente peso.
Aún peor, suelen ser personas cercanas quienes sacan a la luz –o en un acto aún más bajo, inventan– las desgracias más personales.
Entiendo que hay quienes no han procesado su propio sufrimiento. Con un corazón lleno de llagas y en la más solemne frustración, sueltan, en ráfagas incesantes de maldad, su lengua envenenada. Frente a ellos, sugiero distancia.
Nuestras comunidades han perdido personalidad. Carecemos de criterio. Nos hemos llenado de personas que repiten lo que escuchan sin cuestionar. ¿Acaso no es esta la raíz de muchos de nuestros problemas? ¿No debería la educación formar individuos pensantes? ¿O es una característica inherente del circo social, orquestado por aquellos que sostienen el poder?
Es momento de sentar precedentes y determinar si el criterio y la razón serán las herramientas para sanar nuestro tejido social.
San Andrés es una tierra dadivosa de genios. Sin embargo, es desalentador que nuestro conocimiento ancestral y la sabiduría de nuestras comunidades se vean opacados por la ignorancia empedernida de unos cuantos.
Me pregunto: cuando estemos muertos, ¿también pensaremos en la vida de otras tumbas?
Construimos juicios erróneos basados en rumores, distorsionamos la imagen de las personas sin conocerlas realmente. Parecemos caricaturas, encadenadas a la imagen que proyectamos y al ruido que generamos. ¿Dónde está la humanidad que contenemos?
Las redes sociales crean una distancia psicológica que hace que la gente se sienta menos responsable de sus palabras. No ven la reacción inmediata de la otra persona, lo que disminuye la empatía. Además, el anonimato o la sensación de estar en una multitud refuerzan la idea de que sus palabras no tienen consecuencias reales.
Quizás no lo veas como yo, está bien, todo es cuestión de perspectiva. Pero cada gesto, palabra y acción que no provenga de la bondad deja una herida en la existencia de alguien más. Las situaciones que estas páginas difunden nos desdibujan ante el futuro de nuestra comunidad.
¿Alguna vez has pensado que algunas palabras son más certeras que cualquier tipo de violencia? ¿Que hay acciones de las que no se puede volver? ¿Que hay personas vulnerables que, como sociedad, deberíamos proteger? No siempre entendemos la magnitud de lo que decimos. Hay palabras y actos que desmoronan vidas enteras.
Es momento de preguntarnos: ¿seguiremos destruyéndonos?
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Este artículo obedece a la opinión y/o discernimiento del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.