Cada año, desde 1971, el 2 de febrero se conmemora el Día Mundial de los Humedales para exaltar el valor de este ecosistema para la vida en la Tierra, dado que proporciona agua, alimento y protección frente a los desafíos climáticos. Pese a los múltiples bienes y servicios que provee, su protección sigue siendo todo un desafío.
Según la Convención Relativa a los Humedales (conocida popularmente como la Convención de Ramsar), este 2025 el tema es: ‘Proteger los humedales para nuestro futuro común’, con el fin de hacer hincapié en la necesidad de una acción colectiva para conservar estos ecosistemas fundamentales para un planeta sostenible.
El mismo organismo define el término ‘humedal’, como toda área terrestre que está saturada o inundada de agua, de manera estacional o permanente. También recalca que son ecosistemas de importancia primordial, porque contribuyen a la disponibilidad de agua dulce; y a la biodiversidad, al ser las ‘salacunas’ de muchas especies marinas.
Así mismo, cooperan de manera significativa en la mitigación y adaptación al cambio climático, puesto que los manglares que crecen en estas zonas se convierten en barreras naturales frente a los fuertes vientos producidos por los ciclones tropicales, y porque capturan dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera, ‘enterrándolo’ en sus raíces.
No obstante su valor, Ramsar también señala que casi el 90% de los humedales se ha degradado desde el siglo XVIII, y que su velocidad de pérdida es tres veces mayor a la de otros bosques. Indica, además, que desde los años 60 América Latina y el Caribe han experimentado una pérdida y degradación de humedales del 59%, en relación con la media mundial del 35%.
Acciones locales para su protección
Entendiendo el valor de los humedales y de los manglares en términos de protección costera, desde 2023 se viene ejecutando en San Andrés el proyecto ‘Fortalecimiento de la gestión del riesgo para incrementar la capacidad de respuesta en el Archipiélago’, el cual es financiado con recursos de regalías y en el que uno de sus componentes se basa precisamente en acciones de restauración de este ecosistema.
Son distintas las entidades locales y nacionales que participan del mismo: la Corporación Ambiental Coralina, la Gobernación del Archipiélago, la Universidad Nacional de Colombia (UNAL) Sede Caribe, la Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres (UNGRD), el Instituto Nacional de Formación Técnica Profesional (INFOTEP), la Dirección General Marítima (Dimar), la Escuela Naval de Suboficiales ARC 'Barranquilla', la Corporación Laboratorio al Campo, la Corporación Centro de Excelencia en Ciencias Marinas (CEMarín) y la Universidad de Guadalajara (en México).
Para saber cómo va el proyecto, cuyos avances han sido registrados por este medio desde sus inicios, EL ISLEÑO dialogó con el profesor de la UNAL, Jairo Medina, quien comentó que al estar relacionado con la gestión del riesgo, se han planteado estas actividades de recuperación puesto que tanto los manglares como los pastos marinos prestan bienes y servicios esenciales, como la protección frente a huracanes o ser capturadores de CO2.
Según explicó el biólogo, cuando se deteriora un ecosistema de estos se pierden automáticamente dichos bienes y servicios, volviéndose más costoso tratar de suplir esos beneficios que ofrece la naturaleza de manera directa, con soluciones creadas por el hombre.
“Por eso se busca proteger esas ‘soluciones basadas en la naturaleza’, conservando el manglar; o si éste se perdió, recuperarlo con el objetivo de tener un frente para mitigar la erosión costera o los vientos huracanados”, añadió.
Importantes hallazgos
Medina indicó que el proyecto inició en agosto de 2023, con la siembra, en viveros, de tres especies de manglar: rojo (Rhizophora mangle), blanco (Laguncularia racemosa) y negro (Avicennia germinans). Lo anterior para analizar, en condiciones controladas, los efectos de la salinidad en el crecimiento de las plántulas de cada una de ellas.
Luego, a finales de enero de 2024, esas plantas fueron sembradas en el parque de manglar ‘Old Point’, en una zona que –de acuerdo con el profesor– ha experimentado una gran mortalidad por efectos naturales.
“Así que las sembramos y luego empezamos a hacer monitoreo y seguimiento, con el fin de ver qué les pasaba a estas plántulas ya en el ambiente natural , para seguir determinando así qué tanto crecían, qué herbívoros las afectaban y la mortandad de cada una de las especies”, explicó el también director del Jardín Botánico de San Andrés.
El biólogo agregó que, después de varias jornadas de monitoreo, lo más relevante que han encontrado es que el mangle rojo y el blanco han tenido buenos crecimientos y bajas tasas de mortalidad; no ocurriendo lo mismo con el mangle negro, que ha sido muy atacado por plagas.
“Es una especie con mortalidades muy altas, ello explicado porque cuando es juvenil (pequeña) ella no tiene las defensas incorporadas en su información genética, para producir una sustancia tóxica que le serviría a no ser ‘palatable’ (comestible) y más bien se concentra en sacar la sal de su organismo (proveniente del mar)”, indicó.
El profesional comentó, adicionalmente, que otra caracteristica del mangle negro es que produce muchas semillas, porque ‘sabe’ que los herbívoros se las comen abundantemente y que por eso muy pocas llegan a crecer; y que necesitan que hayan plántulas de otras especies, para que se cree un microambiente que fomente su crecimiento adecuado.
“Sin embargo, en los humedales, el mangle que uno ve que se desarrolla y que llega a adulto es el negro, pero ponemos blanco y rojo porque ellos son pioneros para especies que tienen una estrategia de crecimiento diferencial, como la del negro. De esta manera, garantizamos que en ocho o diez años tal vez esos mangles (blanco y rojo) no van a crecer más, pero que sí crearon unas condiciones especiales para que el negro se asiente allí”, destacó.
Siembra y monitoreo
El profesor Medina dijo que el proyecto termina en septiembre de este año, en sus 10 diferentes componentes (el de manglares es apenas uno de ellos), y que al cierre se espera elaborar y entregar distintos documentos técnicos, de fácil acceso a la comunidad isleña para que ésta se apropie de esta información.
Recalcó, eso sí, que han tenido una interacción permanente con la ciudadanía, a fin de ir socializando periódicamente los hallazgos. “Hemos invitado a los alumnos de un colegio, con quienes hicimos una charla sobre la importancia de los humedales y de los manglares; lo mismo se hizo con algunos funcionarios de la Secretaría de Servicios Públicos y Medio Ambiente, con quienes conversamos sobre los bienes y servicios que provee ese ecosistema y luego fuimos al ‘Old Point’”, expresó.
Para finalizar, el biólogo dijo que igualmente su equipo de la UNAL ha desarrollado actividades de monitoreo conjuntas, con funcionarios de Coralina y de la Gobernación, para analizar las tasas de crecimiento de las plántulas.
“Lo que más nos interesa es la supervisión continua del proceso, porque una de las cosas que más adolecen este tipo de apuestas es que se enfocan principalmente en la siembra, más no en la restauración; es decir, en procurar que podamos retornar o llegar a unas condiciones ideales para que estas especies se desarrollen. Por eso nosotros nos hemos propuesto ejecutar monitoreos periódicos, para saber qué pasó antes y después de la siembra. Sólo con eso podemos esperar unos resultados óptimos a mediano plazo”, puntualizó.
(Fotos: Proyecto Gestión del Riesgo)