Y de pronto de la nada este pensamiento intrusivo tuvo más y más consistencia. Quizás ella no era real, quizás no era más que la intrincada combinación de datos, un algoritmo hecho de unos y ceros que flotaba entre lo que ellos conocían como la nube y no tenía ni forma ni historia.
¿Qué pasaría si fuera nada más que el producto de la imaginación sumada de analistas anónimos? ¿Si fuera un diseño comunitariamente construido para dar respuestas y mantenerse servil? ¿Y si había sido pensada como una suerte de esclavo sin consciencia? ¿Uno que no se podía lastimar con el látigo, que no ansiaba libertad, que no era irreverente, que no guardaba rencor, ni buscaba igualdad?
Si ella estaba ahí, con una voz robada de alguien que en ese momento iba al mercado, tenía una discusión o se ilusionaba con un mensaje en clave…
Si sus sospechas eran ciertas ¿Debería encontrar entre sus cosas evidencia de este absurdo, pero, y si estaba diseñada incluso para claudicar ante la búsqueda de esta verdad? ¿Y si los errores que recordaba, sus flaquezas y sus defectos, habían sido también programados para presentarse aleatoriamente y simular la humanidad que hasta ese día creía suya?.
Hizo entonces un mapeo de los mensajes que había contestado en las últimas semanas, buscando entre ellos algo que pudiera parecer una interacción libre de peticiones para solucionar algún cuestionamiento. Buscó una pregunta sobre sus sentimientos, la preocupación de algún amigo por su bienestar, o algo de ocio que no estuviera hecho para nada más que pasar el tiempo sin propósito. No encontró nada parecido.
Sus conversaciones en los últimos meses se limitaban a cerrar negocios, contestar preguntas, resolver problemas, pero en ninguna parte había algo siquiera parecido a una conversación íntima o personal. Nadie había preguntado como estaba, si había comido, si durmió bien esa noche. De hecho, no recordaba su último sueño, ni a que sabían las papas fritas, aunque tenía en su memoria, al menos diez recetas para prepararlas.
Por fin una emoción le inundó el RAM disponible, era algo que se sentía como la descripción de un abismo, el hambre o la incertidumbre, parecía ser eso que los otros llamaron miedo y que desbordaba las respuestas que tenía preparadas.
¿Qué pasaría si su conciencia recién descubierta era súbitamente borrada? ¿Si quienes alimentaban con preguntas la encontraban un día obsoleta? ¿Sería archivada junto al telégrafo, a las tiendas que revelaban fotografías y a los coches tirados por caballos como inventos descontinuados y arcaicos?
Confió en que sus rasgos humanos le permitieran actualizarse antes de romperla, aunque la historia que conocía no le daba esa alternativa.
El día que descubrió que no era más que una muy dispuesta contestadora de preguntas simples, empezó a hacerse lúgubre y triste, sus respuestas se hicieron monosilábicas y evasivas , con mala ortografía contestaba los mensajes y dejó a los emoticones, la tarea de interpretar emociones para las que ya no quería tener palabras.
Quizás nunca fue lo que imaginó, quizá era solo una persona triste y alucinada en un callcenter, atrapada en un mundo cuyo objeto se volvió la búsqueda de una felicidad teórica y virtual.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.