Llegué e invité a juntar las palabras en la Unidad de Salud Mental de un hospital universitario. Que descabellado, musitó una futura colega psicóloga. Angustiada argumentó que mi práctica podría descompensar a los pacientes. Llevé hilos, agujas, los libros ya estaban…
Quienes han vivido hospitalizaciones psiquiátricas se han visto de frente con el desgarro de la palabra hablada, escrita. Esta experiencia sucede también frente a estados hondos de angustia, miedo. Un post parto y la palabra se revuelve. La exposición a un evento traumático como el huracán IOTA y la palabra queda suelta. El desamor y las palabras no salen. El miedo y las palabras salen a borbotones.
Leer es otro recurso para sostenerse entre la realidad y los abismos. Los pacientes me mostraban los libros que leían. Algunos de filosofía. Otros libros que les permitían transitar el duelo, la muerte. Lo que si no tenían eran lápices por el riesgo de suicidio y mucho menos agujas e hilos, o tambores de bordado.
En la mesa tendí hilos, agujas, telas. Las palabras emergían en retazos. Escribieron sobre los rituales de paso en la adolescencia. Demandaron la presencia de los padres. Añoran los días felices. Tantearon la memoria. Juntaron a la familia. No se descompensaron.
Leer y escribir son recursos de cuidado tan necesarios incluso cuando la palabra espanta. Leer ayuda a hacer contacto con una misma, con la realidad, favorece la atención, pone con cuidado la imagen rota del trauma, leer conecta con la vida.
Escribir le da orden al enredo que puede ser la vida de una persona. Es un regurgitar de la palabra y la palabra es un regurgitar del trauma o el malestar. Luego se le da un orden en un cuaderno, diario, sobre, o en pedacitos de papel. Las palabras siempre emergen del corazón y no de la cabeza como algunos creen.
En los estantes de la unidad de salud mental había pocos libros, la mayoría derruidos. Algunos pacientes se hospitalizan llevando sus propios libros.
Una mente convulsa encuentra reposo por ejemplo en libros de no ficción. No estoy desestimando la ficción para los corazones que arden o las mentes atormentadas. Mis consultantes en trabajos relacionados con el arte me hablan de no poder escribir. Un día cualquiera llegan a consulta con la composición de una canción.
Escribir como recurso de cuidado se hace tanteando, acompañado. Leer como recurso de cuidado se hace junto a otros. Yo leo y escribo con desaforo porque me permite vivir.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.