La Constitución de 1991 y el Acuerdo de paz con las FARC, son los dos hitos de la historia reciente del país que demuestran que los colombianos sí somos capaces de ponernos de acuerdo en temas fundamentales. Ese conciudadano siempre afanado y aislado en sus regiones, ha encontrado formas de asegurar consensos que le han representado avances en la dirección correcta.
Por ello las esperanzas en la paz total que estaban puestas en este primer gobierno de izquierda, tenían el privilegio de basarse en tales experiencias. No sólo porque el presidente Gustavo Petro era uno de los firmantes de uno de los acuerdos de paz más exitosos con el Estado colombiano y, por ende, sabía del tema con conocimiento de causa, sino porque se auguraba que los vasos comunicantes con la guerrilla que aún persiste en el uso de las armas con fines políticos fuesen más expeditos.
Mas no ha ocurrido así.
Dos años después de encarar un proceso de paz con el ELN y las disidencias de las FARC, no se ha logrado siquiera que los ceses al fuego acordados al principio se cumplieran a cabalidad. Por lo tanto, superar la vara alta que dejara el acuerdo de paz del ex presidente Juan Manuel Santos ha resultado imposible hasta la fecha. Y, como es lógico imaginar, lo que no se pudo hacer o conseguir en los primeros dos años del gobierno, será más difícil con el sol a la espalda.
La paz total no se dará en este gobierno, parecen tenerlo claro los expertos, quienes advierten que los espacios para maniobrar del presidente Gustavo Petro se le han reducido a la mitad.
Por ejemplo, "Arauca es un estado paralelo administrado por el ELN y tienen el 80% del control allí. Es un proceso de paz en crisis", ha dicho el congresista Ariel Ávila, hoy presidente de la comisión primera del Senado de la República.
En los otros territorios con presencia de las disidencias de las FARC están en igual o peor situación. Son las razones por las cuales hay quienes ya consideran que en esta materia el primer gobierno de la izquierda colombiana se rajó de antemano. Y ni se diga de los procesos de sometimiento con los que se pensaban desmontar las bandas criminales, como el Clan del golfo.
Paradójicamente, quien lo creyera, estamos ante el caso de un presidente Petro, hombre de paz, cuyo propósito de hacer realidad el sueño de la paz total (el silencio por completo de los fusiles) le ha sido esquivo y corre el grave riesgo de quedarse en el deseo que manifiesta en sus discursos.
Así que quienes inferimos al principio de este cuatrienio que la paz iba a ser más fácil de alcanzar entre antiguos "alzados en armas", nos tenemos que postrar ante la contundencia de las evidencias que demuestran que acabó siendo una completa falacia. O una estupidez, quizá. O una lección, en el sentido de que cada experiencia de la historia es única, y cada uno de sus capítulos se desarrolla como si se disparará un arco por primera vez.
Por lo tanto, habría que admitir que se requieren más requisitos que la propia experiencia vivida (en el caso del presidente Petro) y más que buenas razones de uno y otro lado para concretar el feliz término de esta violencia atávica, que sigue ocasionando tanta tristeza y dolor en los pueblos y el campo colombiano, principalmente.
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