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Elijan a quién quieren servir

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SANABRIA.OBISPOLa Palabra de Dios de este domingo nos pone de frente a una decisión fundamental, ¿a quién queremos servir? Comencemos mencionando a Josué, quien reunió a todos los israelitas para confrontarlos y les dijo:

“Si no les parece bien servir al Señor, escojan hoy a quién quieren servir: a los dioses que sirvieron sus antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los amorreos en cuyo país habitan; yo y mi casa serviremos al Señor” (Jos 24, 1 – 2). Fruto de la decisión del pueblo de servir a Dios es lo que conocemos como la alianza de Siquem.

La gran decisión que hemos de enfrentar nosotros es a quién vamos a servir. Servir según la concepción bíblica, significa reconocer la grandeza y la santidad, obedecer los mandatos y exigencias, y rendir culto a aquel a quien se sirve; el fruto del servicio es el crecimiento de la persona que sirve, en todas sus dimensiones. Cuando el servicio nos hace más humanos y nos proyecta a la trascendencia es un servicio bueno, de lo contrario sería servilismo que atropella nuestra dignidad y nos esclaviza.

Para demostrar que servir a Dios nos hace bien, que nos hace crecer, que nos hace una comunidad justa y fraterna, el libro de Josué menciona las siguientes razones. La primera, Dios libera. Los israelitas deben reconocer que Dios los sacó de la esclavitud de Egipto. Allí no eran pueblo, eran individuos aislados y dominados por el Faraón. Pasan de no ser tratados como humanos a ser reconocidos en su dignidad; pasan de no ser pueblo a ser una comunidad cohesionada por el deseo de libertad y por la fe en su Dios. Servir a Dios nos libera del egoísmo, de la indiferencia social y de las esclavitudes humanas.

La segunda razón para servir a Dios según Josué es que Dios actúa, y les hace notar los grandes prodigios realizados por el Señor. Con su fuerza les regaló la libertad, con su amor les protegió su vida, por su misericordia les dio el maná, conservó su unidad a pesar de las dificultades y alentó en ellos el sueño de libertad. Eso solo es posible porque Dios actúa.

Una razón más es porque Dios guarda. Josué dice que Dios los guardó en su peregrinar; lo cual implica que los acompañó, los dirigió, los guío por los caminos más apropiados, los defendió de sus enemigos y luchó con su pueblo y por su pueblo. El día en que reconozcamos que nadie en este mundo guarda nuestra espalda, sino solo Dios, ese día seremos sus servidores.

En el evangelio encontramos una cuarta razón para servir a Dios. Surge cuando Jesús insiste que debemos comer su cuerpo y beber su sangre, ante lo cual muchos deciden irse; Jesús no obliga a nadie a servirlo, nos deja en plena libertad. Es cuando Pedro inspirado por el Espíritu Santo dice: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios” (Jn 6, 69). Con esta afirmación termina el discurso del Pan de vida, y ojalá fuera nuestra profesión de fe. Comer el cuerpo y beber la sangre de Jesús nos dan vida eterna. Servir a Dios nos da vida eterna.

Servir a Dios no se reduce a darle culto a Él. San Pablo lo expresa así: “Sean sumisos unos a otros con respeto cristiano” (Ef 5, 21). Amar a Dios implica necesariamente servir al hermano. No se puede separar un servicio del otro. El servicio que nos pide san Pablo tiene como fundamento el amor de Cristo. Cuando es a Cristo a quien servimos, los hermanos entran todo en nuestro corazón. San Pablo aplica el servicio al matrimonio, por eso pide a los esposos que se amen mutuamente porque tanto el esposo como la esposa son cuerpo de Cristo. Amar al otro es amarse a sí mismo; servir implica dejar padre y madre para unirse a quien se ama y llegar a ser así una sola cosa. Servir a Dios implica amar al hermano hasta las últimas consecuencias (Cfr Ef 5, 21 – 32).

Que no nos suceda como a aquel sacerdote muy popular, para disgusto suyo. La gente lo buscaba, lo solicitaba en exceso, y con sus consultas lo distraía. Por eso, un día rezó a Dios de esta manera: Dueño de la vida: te agradezco todos los dones que me has regalado. Pero la gente no me deja ocuparme de tus cosas ni de Ti, Señor. Sólo a ti quiero consagrar mi tiempo. Concédeme esa gracia. Su oración fue escuchada. Nadie lo molestó durante un largo tiempo.

Pero cierta mañana otro santo sacerdote, que conocía lo que ocurría con su colega, vino a visitarlo. Se quedó en el umbral de la casa y no quería entrar. El sacerdote le dijo: ¿Por qué no entras?, sabes que mi casa es tu casa. A lo que le contestó. No puedo entrar, porque si no viene a tu casa ningún feligrés buscando ayuda, también yo debo mantenerme alejado de ella. ¿Es que no sabes que un sacerdote debe vivir no sólo para su pueblo, sino también con su pueblo? Ese mismo día, nuestro personaje comprendió su error y dirigió al cielo una nueva petición. Y volvió a ser bien amado y acosado de consultas por sus feligreses.

Servir a Dios es la acción más sublime y digna para el ser humano. Servir es la esencia del cristianismo. Servir es el ideal propuesto por el Señor. Servir nos da la posibilidad de sacar el amor más puro de nosotros para darlo a los otros. Servir nos hace responsables del hermano, especialmente del pobre. Servir nos pide tener los ojos fijos en el Señor y las manos listas para servir al hermano. María Santísima entendió que servir a Dios era lo mejor que podía hacer, por eso dijo: Aquí está la humilde esclava del Señor. “Gusten vean qué bueno es el Señor” (Sal 33).

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.

 

 

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