En San Andrés los sábados son el día preferido para lavar la ropa en la casa y salir a mercar. Es el día del ‘hormiguero humano’ en la calle de las provedoras, los fruteros en la calle. Los que venden el pescado y la carne de cerdo son buscados por sus clientes habituales. Las risas, los gritos y la prisa se mezclan para conseguir lo necesario.
Más aún, si no ha llegado el barco de Miami con la mayoría de productos de la canasta familiar. La harina Alberto, la mayonesa Heinz, delicias que las manos nativas convierten en tesoros gastronómicos. Siempre fue el día elegido por las mujeres de la casa para asegurar la provisión semanal del pan isleño en todas su versiones: home bread en molde, journey cake para alimentar a los pescadores en sus faenas, bun con el inconfundible toque dulce de canela y nuez moscada que se come en las tardes acompañado de mint tea, fiber grass o promenta.
También los domingos han sido días particulares en las islas. La gran mayoría de raizales va a la iglesia y dedica esta jornada a Dios. La costumbre persiste. Los feligreses no cambian el domingo para usar elegantes trajes y aferrarse al sentido espiritual de su existencia en el paraíso. Cada ocho días lo agradecen y también lamentan que haya cambiado tanto, al punto, que a veces lo desconocen.
Como en casi todas las culturas, es el día de descanso y mientras unos oran, otros van de paseo. Las familias visitan los cayos (Jhonny Cay, Haines Cay, Rose Cay) y más en estas épocas en que los visitantes no abundan y vuelven a sentirse a sus anchas en estos tradicionales parajes en donde descansar y encontrarse con amigos también es posible. Es la dinámica de las islas.
Los hechos puntuales
El pasado 11 de agosto, un domingo corriente en San Andres, una familia quiso aprovechar que amainaron las lluvias y salió de paseo. Fue entonces que uno de los niños se apartó por un instante de los demás y estando cerca de la orilla sintió cómo un pequeño tiburón mordió ligeramente su mano.
Gracias a que pudo reaccionar a tiempo y la jaló rápidamente en un movimiento instintivo, pudo liberarse de las fauces del escualo que claramente no tenía intención de atacar. La gran pregunta es, ¿por qué se acercó tanto? ¿Qué buscaba? Y aquí está lo delicado del asunto.
Voces que prefieren mantener en reserva su identidad, afirman que son tres los tiburones que rondan el muelle flotante de Haines Cay (también conocido como el Acuario) en donde reciben diariamente comida para que los incautos visitantes puedan verlos de cerca. Obviamente, es el hábitat de los tiburones que rara vez atacan a los humanos. Sin embargo, estudiosos del tema afirman que cebarlos, darles comida, es minar su naturaleza cazadora y acercarlos a los bañistas.
Es una invitación riesgosa...
Es importante que las autoridades de los cayos impidan estas prácticas que pueden generar una tragedia en cualquier momento y que además amenazan especies protegidas de Seaflower, como los mismos tiburones o las manta-rayas, sus primas hermanas.
El turismo es una actividad que demanda seguridad garantizada para quienes nos visitan y desde luego, acciones preventivas contundentes para los habitantes del territorio insular.
Afortunadamente, esta mordedura no pasó a mayores ni la reacción del niño causó un desgarramiento irreversible en sus tejidos. La herida se lavó con Isodine y aunque el hecho causó un poco de risa nerviosa entre quienes estaban cerca y no midieron el peligro, la atmósfera del domingo no se vio interrumpida por el momento.
Sin embargo, ahí no paró la historia. Cuando el niño fue revisado por un médico especialista, lo tuvo que enyesar porque solo ese roce con el veloz animal, fracturó uno de sus dedos… Dejando a la vez una –no tan esporádica– reflexión.
Sin duda, este hecho es una señal de alarma para aquellos que se encargan de promover una de las playas más lindas y deseadas de Suramérica. No true?