En la naturaleza las mejores estrategias de defensa y protección vienen de los animales más frágiles. La evolución de un exo- esqueleto duro y protector, por ejemplo, busca nada más que cuidar los órganos vitales más blandos y delicados.
Para el corazón y los pulmones se diseñó, en los vertebrados, una caja torácica a modo de jaula que se expande y se contrae con gracia. Para el cerebro, se escogió un cofre más duro, algo parecido a un casco que sella a su interior los pensamientos, las ideas, las tristezas, las alegrías.
Si respondemos a la primera premisa, el cerebro debería ser la estructura más frágil del homo sapiens, y el cráneo (y las meninges) su mecanismo de protección. Pero, si su función es más sublime que lo tangible, tendrá que defenderse de maneras también más etéreas.
Para un animal tan increíblemente frágil como el que somos, la defensa, al menos la racional, se ha construido alrededor de esa que es la característica que nos define: el lenguaje. Y el dislate empieza cuando este se agota y no queda nada más que la animalidad.
El lenguaje, si bien no es en sí un mecanismo de defensa per se, es el medio por el cual todos se expresan y al mismo tiempo la única opción para resolver los conflictos. A la palabra escuálida, se le suman las intenciones, los tonos, las inflexiones y entonces, cualquier cosa dicha, puede ser herramienta o arma. No existe o existirá una guerra que no iniciará con una palabra y jamás la paz ha llegado sin ella.
El peligro con usar lenguajes que excluyen palabras para evitar conversaciones incómodas, es que como somos por instinto hedonistas, como en esta modernidad se elude cualquier forma de diconfort, y en cambio se usan sinónimos más ‘amables’ que no engloban completamente los significantes.
Es que a falta de una preparación en formas asertivas de comunicación, sin un entrenamiento consciente en la conversación dolorosa, nos quedamos pensando que si evadimos ciertas palabras sus repercusiones en el sistema desaparecerán, como si cambiándole el nombre a la espina, la hiciéramos menos aguda.
La palabra es la defensa del animal más frágil jamás creado, uno que tiene dolores que se pueden causar a una carta de distancia, a través de una canción de cuna. Estimularla es darles herramientas a los humanos para ser más fuertes.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.