Hace ocho días comenzamos la reflexión del capítulo 6 de san Juan que como dijimos habla del pan. Al evangelio se suman el libro del Éxodo y la carta a los Efesios que nos permiten descubrir que el ser humano necesita tres tipos de pan para alimentarse.
Esto porque según san Pablo, en la experiencia humana confluyen tres factores importantes: El cuerpo, el alma y el espíritu, y lo expresa así: “Que el Dios de la paz, los santifique plenamente, y que su ser entero –espíritu, alma y cuerpo- se mantenga sin mancha hasta la venida de nuestro Señor Jesucristo” (1Ts 5,23). Esos tres factores deben ser alimentados cada uno con un pan propio. El primer pan, es el maná, para alimentar el cuerpo. El segundo pan, es la verdad, para alimentar el alma; y el tercer pan es Jesucristo, el pan del cielo, para alimentar el espíritu.
El libro del Éxodo narra la experiencia del pueblo en el desierto, cuando “comenzaron todos a murmurar contra Moisés y Aarón, y les decían: ¡Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto! Allí nos sentábamos junto a las ollas de carne, y comíamos hasta hartarnos; pero ustedes nos han traído al desierto para matarnos a todos de hambre” (Ex 16, 2, 4). El pueblo tiene hambre y pide pan para llenar el estómago, y Dios les dio maná, alimento para el cuerpo.
El hambre acorrala a muchas personas. Es lamentable el crecimiento de los empobrecidos y hambrientos, que contrasta escandalosamente con las cifras de los pocos ricos que acaparan la riqueza del mundo. El maná, símbolo del pan material tiene mucha importancia.
Si queremos sociedades fuertes y personas sólidas tenemos que asegurarles alimentación y salud desde los primeros años de vida. Dios no es sordo al reclamo de su pueblo: “He oído murmurar a los israelitas. Habla con ellos y diles: Al atardecer comerán carne, y por la mañana comerán hasta quedar satisfechos. Así sabrán que yo soy el Señor su Dios” (Ex 16, 13).
El apóstol san Pablo hace mención del pan de la verdad para alimentar el alma. Así les escribe a los Efesios: “En el nombre del Señor les digo y encargo que no vivan más como los paganos, que viven de acuerdo con sus vanos pensamientos. Pero ustedes no conocieron a Cristo para vivir de ese modo, si es que realmente oyeron acerca de él; esto es, si de Jesús aprendieron en qué consiste la verdad” (Ef 4, 17. 20s).
Según san Pablo, el ser humano necesita alimentar su dimensión humana, descubrir la verdad de sí mismo, la verdad de Dios y la verdad del mundo. La verdad nos hace libres. A la verdad se oponen las ideologías. El Santo Padre Francisco habla de la colonización ideológica. En Paraguay se refirió así a las ideologías políticas: “Una ideología no es otra cosa que mirar al mundo con pensamiento único. Es mirar la realidad no como la realidad es, sino como yo quiero que sea. Cuando se convierte en poder político termina en una dictadura. No sirve una mirada ideológica. Las ideologías terminan mal, no sirven. Las ideologías tienen una relación o incompleta o enferma o mala con el pueblo.
Continúa diciendo, las ideologías no asumen al pueblo, por eso fíjense en siglo pasado, ¿en qué terminaron las ideologías?, en dictaduras, siempre, siempre. Piensan por el pueblo, no dejan pensar al pueblo. O como decía un agudo crítico de la ideología: “sí, pero esta gente tiene buena voluntad y quiere hacer cosas por el pueblo”, sí, sí, sí, todo por el pueblo, pero nada con el pueblo. Y refiriéndose a la ideología de género, arremete diciendo: “la ideología de género, es el peligro más feo, ya que anula las diferencias entre hombres y mujeres.
Las ideologías están arruinando a los pueblos. El alimento de la verdad está haciendo falta en muchas mentes. La verdad nos hace personas maduras. La verdad llena a las personas y las hace capaces de vivir dignamente. La verdad nos conduce a vivir de manera superior, no simplemente sobreviviendo, o viviendo mentirosamente que es lo mismo que vivir mundanamente como vive el hombre viejo, el que no ha descubierto una verdad superior. En cambio, el que ha conocido al hombre perfecto, a Cristo, su vida adquiere calidad superior, vive para Dios, vive para servir, vive para amar. No arrastra su vida, sino que la dignifica.
El Evangelio hace mención del pan que alimenta el espíritu, ese pan es Jesucristo, el Pan de vida eterna. Jesús se entristece cuando lo buscan solo para alimentar el cuerpo: “Les aseguro que ustedes no me buscan porque hayan visto las señales milagrosas, sino porque han comido hasta hartarse. No trabajen por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y les da vida eterna”. Afortunadamente entienden y le piden, “Señor, danos siempre ese pan. Y Jesús les dijo: Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed” (Cfr Jn 6, 24 – 35). Jesús, nos alimenta con su Palabra, y con su cuerpo y su sangre, que nos permiten vivir desde Dios y al servicio de los demás. La Eucaristía y la Palabra no pueden faltarnos. Como dice el salmo 78, “Y el hombre comió pan de ángeles, les mandó provisiones hasta la hartura. Los hizo entrar por las santas fronteras, hasta el monte que su diestra había adquirido”.
Estos son mi madre y mis hermanos, los que alimentan su cuerpo, su alma y su espíritu y de esta manera viven como hombres y mujeres nuevos amando a Dios y sirviendo a los demás.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.