Una vez se actualizaron las normas generales sobre espectros y fantasmas y se le permitió, ahora sin perjuicio de discriminación, a los animales ser también entidades espectrales, hubo en el mar de los sargazos, la primera solicitud oficial emitida en el atlántico, a entidades del más allá y dioses de la muerte de todas las culturas:
Ah Puch, Airón, Aita, Alaksmí, Ammyt, Andyety, Azrael, Barón Samedi, Bata, Calu, Cihuateteo, Dis Pater, Dukúr Bulu, Enma, Erlik, Februus, Fomoré, Iama, Jentiamentiu, Kuychi, Kwányip, Manannán mac Lir, Mictlantecuhtli , Moiras, Namtar, Nataraja, Nueve-Hierba, Parashurama, Plutón, Qebehsenuf, Renuka King Yan, Rudras, San La Muerte, Shinigami, Sia, Socar, Supay, Tethra, Trempulcahue, Váruna, Xiuhtecuhtli y Xólotl, fueron convocados para un consejo extraordinario, que le daría permiso a un pequeño pez payaso para vagar por el océano en cuestión, los mares Caribe y del Norte, como el primer fantasma no homínido de la historia y la prehistoria.
La formulación de la petición fue dispendiosa y contenía entre otros documentos, pruebas fehacientes de la vida y muerte del pez, con testimonios juramentados de cohabitantes del arrecife donde había crecido, certificados de depredadores que había eludido y al menos cinco evidencias comprobables del carácter taciturno del vertebrado, que dieran fe de su enorme potencial como fantasma. Se requerían 1000 firmantes de corporaciones con al menos 100 años de experiencia en las artes adivinatorias y al menos una escuela especializada en submarinismo espiritista.
El espectro vagabundeaba de un lado del más allá al otro, llevando papeles y recibiendo instrucciones distintas en cada una de las oficinas de los 46 dioses registrados, cada uno con requisitos y solicitudes propias de sus culturas, o con peticiones tan absurdas que lo hacían dudar de las verdaderas intenciones de los trámites.
Desanimado en ocasiones, se podía ver al ahora translúcido pez, arrinconado en un naufragio, pensando lo inútil que de esa empresa y lo fácil que sería rendirse y esperar paciente en el limbo la reencarnación.
Pasaron varios siglos antes de hacer efectivo el edicto, antes de afirmar sin ninguna duda que el pez conocido como huevo 89939-94993k-33 hijo de 39002-99493c-65, era ahora oficialmente un fantasma. Y aunque esperaba que su ‘vida’ cambiara, además de jalar con cinismo los anzuelos de pescadores novatos que se desvivían por mostrar sus hazañas, asustar a caracoles adormilados y espantar cardúmenes de peces más pequeños, no había en sí mucho que distara de su habitual rutina.
Había sin embargo levantado en el arrecife la fama de tramitador experto, y su hazaña ante la burocracia de los dioses de cinco continentes era aún más legendaria que la historia de un simple pez-fantasma.