Las sagradas escrituras nos recuerdan que el necio cree que lo que hace está bien, pero el sabio escucha consejos. El necio se enfurece fácilmente, pero el prudente se mantiene sereno cuando lo insultan. El testigo honesto dice la verdad, pero el falso dice mentiras.
La terrible ola de inseguridad desatada los últimos días en San Andrés nos revela un grave estado de descomposición social en donde sus componentes asisten inermes y, en buena parte rehuidos, ante unos hechos que incluso escapan al control de la fuerza pública.
Pareciera ser que de los malmirados ‘ajustes de cuentas’ entre bandas delincuenciales, se ha pasado a la venganza indiscriminada entre jovencitos –muchos de ellos menores de edad– que se eliminan a mansalva en una violencia hermética de inusitada exposición mediática.
Las interpretaciones son múltiples y nadie se puede atribuir el patrimonio de la razón absoluta y revelada. Sin embargo, los hechos hablan por sí solos y las cifras también. La violencia en la otrora ‘isla - paraíso’ de paz, está desatada y por ahora no parece detener su marcha.
Quizás, sin darnos cuenta, la escuela de la corrupción con su narrativa de colegios convertidos en ‘elefantes blancos’ y cientos de desescolarizados transformados en peones de un tablero maldito, podría darnos alguna pista. Alguna senda por dónde empezar la regeneración del tejido social.
Por lo pronto, solo nos resta orar y actuar, como Dios manda, con la tranquilidad de conciencia convertida en bitácora para recuperar la ansiada armonía insular, renovada con el aroma marino característico de la vida Caribe… En lugar de la pólvora, ajena y diabólica.