Esta premisa representa hoy, la apertura con la que cierta clase social, cierto grupo, podría interpelar cualquier exposición a la ley. En principio busca poner en su lugar a quien sea que lo cuestione, argumentando que, desde un origen noble, o al menos acomodado, o desde el estatus que puede dar un cargo o un nivel educativo, se está a si sea un poco, por encima de la media.
Pero, si en realidad ni siquiera yo, supiera ¿quién soy?, ¿cómo podría poner en los hombros de otro, la definición misma de mi identidad? En un momento de reivindicaciones sociales, culturales y étnicas, vale la pena hacer una pausa para preguntarse… ¿Y quién soy yo? O aún mejor ¿Que soy yo?
Guiarse por el fenotipo, y asumir que el color de la piel es equivalente a pertenecer a una región o aun pueblo, es el primer impulso. Pero, ¿lo es? Si su piel es, por ejemplo, blanca, ¿podría afirmar con toda seguridad que en su contenido genético se excluyen los pueblos subsaharianos? No es así de fácil. La genética, con reglas y todo sigue siendo una lotería.
Podríamos entonces afiliarnos a conceptos únicamente culturales y asumir que, si se crece, se vive y se muere en una determinada cultura, usted es sin lugar a dudas perteneciente a ella. Pero, vuelven a surgir las dudas, ¿el asunto es generacional?, después de un par de generaciones viviendo en un lugar, bajo sus normas, ¿usted es asimilado o transforma?
Cualquier afirmación podría ser más o menos rápidamente esclarecida, cuando se vive en regiones mono étnicas, monoculturales, monolingües, pero para hacer más grandes los interrogantes surge América, y dentro de América, el caribe: el epicentro de la migración desde hace más de quinientos años.
Dentro de la misma región, se pueden distinguir subgrupos, especificidades tan particulares que hacen a dos personas nacidas con la diferencia de una línea, hablar, como en la isla La Española, dos idiomas distintos (francés y español, Haití y República Dominicana). Y aunque la historia se presenta mostrando patrones similares, siguen siendo tan claros como líneas difusas pintadas en el mar, las diferencias siguen estando presentes.
¿Entonces, quien soy yo? ¿Soy solo mis orígenes? ¿Soy todos mis orígenes? O, ¿soy más uno que otro? Si la pregunta es difícil para cualquiera, para un ‘hommo caribeñus’ es mucho más compleja.
No se pueden obviar los dolores y las necesidades de reparación que quedan flotando, como tampoco se puede asumir que la cultura no es la permeable tela donde todos, buenos y malos dejan sus aromas.
La historia tiene la obligación entonces, de llenar los agujeros mnémicos que dejaron los relatos que no alcanzaron a hacerse libros, y es a ella, a la historia a quien habría que hacerle la pregunta inicial: de casualidad, usted no sabe ¿quién soy yo?
--------------------
Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.
