A propósito de cierres y nuevos comienzos, se ha vuelto recurrente escuchar en diferentes espacios de reflexión y medios de comunicación sobre los balances e informes de gestión del gobierno saliente, anunciados –con altas dosis de espectacularidad– en donde se magnifican logros, se recomiendan prioridades y se plantean retos para el futuro.
Situación que también se transfiere al campo de la política exterior y a la gestión, entre otras, del conflicto limítrofe de Colombia y Nicaragua.
Se aproxima un cambio de bandos y con este, crece la expectativa por lo que el primer gobierno de izquierda progresista traerá al país, en diferentes aspectos de la vida nacional. Aunque hay virajes y señales interesantes que permiten hablar de una política exterior más abierta al entendimiento y la relación con los países vecinos y con el resto del mundo; también se avanza en la incorporación del enfoque diferencial étnico, cristalizado con el nombramiento de varios representantes del liderazgo indígena y afrocolombiano.
Las designaciones de Luis Gilberto Murillo y Leonor Zalabata como embajadores en Estados Unidos y en la Organización de Naciones Unidas, respectivamente, dan cuenta del compromiso y la apuesta por la transformación de la diplomacia colombiana al incorporar académicos, líderes sociales y sectores subalternos en el ejercicio de la alta política.
Una diplomacia étnica e insular temprana
Pero esto no es el todo nuevo - al menos, no para los raizales-, si tomamos en cuenta que, en la década de los noventa, Colombia afianzó su liderazgo regional, dejando a un lado (temporalmente) su impronta continental, sudamericana y andina para asumir su ‘caribeñidad’, mediante el acercamiento y entendimiento con diferentes países de la región. Esto, gracias al papel desempeñado por varios hijos de estas islas.
Fue en el gobierno del presidente de César Gaviria donde se dieron las primeras pinceladas de una estrategia diplomática pensada con enfoque insular étnico. Países insulares como Jamaica, Barbados, Guyana, Trinidad y Tobago incluyendo a la continental Nicaragua y a Belice, contaron con la participación de isleños raizales como embajadores y cónsules. Entre ellos estaban: Ricardo Vargas Taylor, Kent Francis James, Reno Rankin, Hidalgo May García, Álvaro Forbes, por mencionar algunos. Buenos oficios de entendimiento que le dieron al expresidente colombiano la secretaría de la OEA y, a las islas, su visibilidad como territorios con una conexión histórica, cultural, identitaria e idiomática con el Gran Caribe.
A partir de entonces, el paso de los isleños por las embajadas era más bien intermitente y poco sistemático, sin dejar de mencionar que no había personal raizal vinculado en carrera diplomática. Algunos por cuestiones políticas fueron nombrados nuevamente, otros volvieron a las islas y un remanente permaneció en la diáspora. Años más tarde, a mediados de la primera década del dos mil, los isleños tuvieron a su primer secretario de las Américas: William Bush, quien poco tiempo después salió de cancillería aduciendo situaciones de racismo y exclusión. De ahí en adelante, la vinculación de los isleños en la diplomacia fue escasa. Con excepción de Gustavo Hooker quien se mantuvo vinculado a la embajada en Nicaragua hasta poco después del primer fallo de la Haya y de la bióloga Elizabeth Taylor Jay en Nairobi, Kenya, quien permaneció en el cargo hasta hace cuatro años.
De la pasividad y la exclusión a la co-gestión con los raizales
Desde la firma del tratado Bárcenas-Esguerra en 1928 hasta finales del siglo XX, los isleños raizales fuimos testigos silenciosos del entendimiento exclusivo entre estados nacionales y la manera en que este enfoque del manejo del conflicto resultó inconveniente y desafortunado, porque fracturó el espacio geográfico del pueblo creole que, desde tiempos coloniales tenía su propia dinámica de comunicación e integración con Centroamérica y el Gran Caribe.
De la unión pasamos a la división. Centenares de familias isleñas quedaron aisladas, con pocas posibilidades de diálogo entre sí. Muchos se quedaron del otro lado de la frontera líquida, sin jamás volver. Todo esto debido a la gestión de un conflicto político centrado únicamente en la defensa de la soberanía colombiana sobre el archipiélago como territorio emergido, sin imaginar sus consecuencias en términos marítimos, humanos, ambientales y de seguridad alimentaria para los isleños y raizales.
A pesar de las dificultades políticas entre ambos países (Colombia y Nicaragua) experimentadas en las décadas del setenta, ochenta incluso parte de los noventa, las islas mantuvieron sus vínculos comerciales y culturales con el país centroamericano e incluso alcanzaron a desarrollar una suerte de ‘diplomacia vecinal fronteriza’, nutrida con intercambios deportivos y culturales, excursiones y otra serie de eventos. Paradójicamente, estas islas, para ese entonces, estaban mejor conectadas y relacionadas con los territorios continentales centroamericanos e incluso con algunos insulares como Gran Caimán y Jamaica.
Con la amenaza latente de que la soberanía colombiana sobre las islas en cualquier momento podría perderse, se optó por el distanciamiento y por el cruce de comunicaciones diplomáticas, mientras que Nicaragua se preparaba en La Haya para iniciar una de las batallas jurídicas más importantes de su historia. La demanda interpuesta por el país centroamericano contra Colombia en 2007 fue el comienzo de este doloroso proceso que, aún no termina.
A raíz del fallo en 2012, Colombia intentó revertir el enfoque soberanista y estado-céntrico al manejar una estrategia combinada de incorporar en la defensa jurídica a varios profesionales raizales e isleños como parte del cuerpo diplomático en La Haya y como un grupo soporte en el territorio insular, para la búsqueda de información, la elaboración de informes y la construcción de un expediente de pruebas para soportar la existencia del pueblo raizal y la tradición de usos de pesca en la zona. No obstante, era una tarea descomunal y ambiciosa para este grupo ejercer un rol de interlocución y comunicación cuando se tenía el peso de una larga tradición estatal de secretismo y poco diálogo con los isleños sobre asuntos que se consideraban y se siguen considerando de seguridad nacional.
En su momento, se pensó que una suerte de ‘Raizal team’ era una conquista temprana y que la inclusión con tinte étnico era el camino por el cual los isleños podrían desempeñar un papel más protagónico en la gestión del conflicto. Aunque fue un gesto loable por parte del estado colombiano, fue tardío y no estuvo exento de contradicciones por lo poco participativa que fue su integración; y porque infortunadamente, no se desarrolló un enfoque diferencial integral como tampoco hubo un cambio significativo en la estrategia. Me explico. Sería un exabrupto decir que no se manejó una inclusión étnica extensiva a lo territorial al incorporar personal de ambas islas: San Andrés y Providencia.
Empero, no sucedió así con el cambio en la estrategia, porque siguió imperando un enfoque estado-céntrico para el tratamiento de este conflicto sumada a una visión de una ‘diplomacia hecha desde arriba’ en donde los aportes de los isleños se mantuvieron en un nivel subalterno y local, restringiendo su participación a la necesidad de demostrar la presencia ancestral y encontrar un soporte experiencial del pueblo raizal en las zonas de pesca.
Varios de los miembros del ‘Raizal Team’ visitaron La Haya, asistieron a reuniones y, hablaron en alguna audiencia. Y si eso se podía probar como un atisbo de inclusión, la problemática seguía latente en el ámbito local, dejando una estela de impotencia y una sensación de pérdida entre los isleños y raizales, pues conforme avanza el tiempo, se siguen presentando demandas y contrademandas sin el asomo de una solución pacífica y definitiva.
Entretanto, miembros del movimiento AMEN-SD por iniciativa propia, realizaron acercamientos con el vecino país, buscando un entendimiento entre pueblos. Esto en vez de haber sido aprovechado por ambos países como un cambio en la dinámica de las relaciones binacionales, fue descartado y calificado como contraproducente para la estrategia adoptada por Colombia de no acatar el fallo hasta tanto firmar un tratado binacional con Nicaragua.
Así las cosas, es posible inferir que pese al ‘discreto papel’ de los raizales vinculados en el desarrollo de la estrategia colombiana, se obtuvo la visibilidad de la etnia raizal como víctima de este conflicto en el pronunciamiento dado por la CIJ emitido en abril de este año, pero eso no nos permite afirmar categóricamente que lo étnico esté completamente cubierto o bien, que haya reparación por el daño.
¿Enfoque diferencial?
En cuanto al enfoque diferencial de mujer y género, es consabido que el equipo en un principio estuvo integrado por 8 personas, de los cuales, cinco eran hombres naturales de San Andrés, dos de Providencia y, una mujer raizal de carrera diplomática originaria de la isla de San Andrés. Situación que nos muestra lo lejos que estamos las mujeres de obtener una paridad en el ejercicio de cargos de alta dirección, incluso, en los diplomáticos de carrera y por nombramiento.
Sumado a lo anterior, está la doble opresión que viven las personas racializadas en términos de acceso a la carrera diplomática en la medida en que existen ciertas brechas formativas, idiomáticas que, en vez de facilitar, complejizan el ingreso de más personal diverso a la cancillería. Situación que también se replica a raizales e isleños.
Una de las apuestas regionales del Pacto Histórico es reposicionar y devolver el protagonismo perdido del archipiélago como bisagra que une y articula a esta Colombia Insular con el Gran Caribe y Centroamérica. Sería interesante ver en ese ejercicio a más mujeres participando sin que se “nos invite a ganarnos los espacios” o a ser probas en un dominio y un campo que históricamente ha sido protagonizado por hombres, donde el ejercicio del poder y la política han sido dictadas por estos. Dicha ‘invitación’, reflejo quizás, de un machismo frágil desestima nuestros avances y luchas, cuando prácticamente nos devuelve varias décadas atrás…
Esto por fortuna, está cambiando. En algunos países, las mujeres y los grupos étnicos han entrado a formar parte de los cuerpos diplomáticos bilaterales y multilaterales. De seguro a Colombia le falta mucho. Pero hoy, se respiran vientos de cambio.
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