Dados los recientes hechos que han sido noticia en la capital del Archipiélago, donde se hizo manifiesto el descontento de muchas voces de la comunidad ante el comportamiento de buena parte de los turistas que nos visitantan; se hace relevante cuestionar qué se está haciendo en términos de reactivación económica de las islas.
La relación 'bajo costo mayor cantidad' está menguando al medioambiente y a la calidad de vida de los lugareños. La presión ejercida por la masificación de los servicios es cada vez mayor y en igual proporción al descontento del visitante que no encuentra satisfechas sus expectativas. Se hace necesario revisar a qué costo esta fórmula se mantiene vigente.
De hecho, se podría afirmar que hay, además, una pérdida de dignidad, toda vez esta se encuentra estrechamente ligada con la forma en que se vive. La dignidad puede ser algo íntimo e individual, pero también forma parte de un colectivo mayor, un apellido, un linaje: el ser hijo de una región e identificarse –por ejemplo– como ‘sanandresano’.
Dignidad, palabra de escasas ocho letras, para tener en cuenta cuando se habla de vivir en el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina porque nos permite ser juez y parte: ¿Ostento con dignidad el mote de sanandresano? o por la otra esquina ¿En San Andrés se tiene un estilo de vida digno?
Y es que el tema de la dignidad como ‘piedra en zapato’ está tocando la campana para un interesante-round entre ciudadanía e instituciones, que permite ventilar problemáticas comunes y enquistadas, propias y ajenas. Y realizar el mayor esfuerzo por conciliar lo que se quiere y lo que se necesita.
Claro, se tiene la costumbre de pensar que, al socializar un problema o una inconformidad en las redes sociales, inmediatamente se abren las puertas del cielo virtual de donde desciende la solución.
Y sí, hay un cúmulo de deficiencias que están menguando la calidad de vida de los habitantes de esta capital. Digámonos verdades, hagamos un recorrido alrededor del barrio, salgamos a caminar en la zona céntrica, en fin, formulemos un examen consciente de sí esto es lo que deseamos y merecemos.
Partiendo de la premisa de que 'todo lugar apacible para vivir es digno de ser visitado’, en las actuales circunstancias difícilmente el Archipiélago tendrá una propuesta turística propia. El sancocho de inconformidades que presenta el visitante no es más que el espejo de la realidad que vive el lugareño. ¡Un desorden institucional de enormes proporciones!
Y sin caritas de sorpresa, porque esto no es nada nuevo...
Se vio llegar, se escribió hasta el cansancio, se pronosticó en clara letra por autores de reconocida trayectoria como el PhD Germán Márquez, la PhD June Mary Mow, el embajador Kent Francis, el exgobernador Ralph Newball, la viceministra de Turismo Sandra Howard –en los célebres foros de ‘turismo sostenible en pequeñas islas’–, y desde la academia, con Johannie James, por citar solo algunos ejemplos.
En pocas palabras ‘no mires arriba’ como quien busca razones o soluciones en la estratósfera.
La legislación colombiana es amplia y suficiente, hacia el territorio raizal ha extendido brazos poco usados. Es hora de evitar la mentira, la traición y la injusticia, para utilizar de la mejor manera las intenciones ciudadanas; para que, con menor esfuerzo, se logren los mejores resultados y así los sueños ciudadanos se vuelvan voluntad política. Digna y verdadera.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.