Para este domingo 16 del tiempo ordinario, el mensaje de la palabra de Dios nos presenta el corazón de Dios preocupado por sus hijos: quiere para nosotros la vida, que gocemos de pastos abundantes, que disfrutemos del bien y la felicidad.
En la primera lectura Dios, por medio del profeta Jeremías habla a los profetas que pastorean al pueblo, es decir a los sacerdotes, pero también a quienes lo gobiernan y les advierte que él “tomará cuenta porque pierden y dispersan las ovejas de mis praderas” (Jer 23, 1).
Pero más allá de la amenaza, lo que aparece es la bondad de su corazón cuando dice: “yo mismo reuniré al resto de mis ovejas, de todos los países a donde las expulsé, y las volveré a traer a sus dehesas, para que crezcan y se multipliquen” (Jer 23, 3). Ese es Dios, no quiere que nos perdamos y que muramos, quiere ofrecernos pastos donde podamos alimentarnos y reposar; quiere que lleguemos a la meta de nuestro camino que es la plenitud de la vida.
En el Evangelio vemos a Jesús, el retoño de David, lleno de humanidad. Sus discípulos regresan de una experiencia de misión. Muchas experiencias vividas que conviene sean compartidas en la intimidad de la comunidad de los discípulos. Jesús considera que los discípulos requieren un lugar tranquilo para descansar un poco (Cfr Mc 6, 31 – 34).
La misión roba energías y exige volver a tomar fuerzas. Toda tarea desgasta. Desgasta servir a la comunidad, desgasta el compromiso familiar. Desgasta el estudio. Jesús busca un lugar apartado y tranquilo para retomar fuerzas. Apartado significa que no está contaminado del ambiente mundano, del ‘corre-corre’, de la angustia por los horarios, un lugar para descansar; un lugar tranquilo para encontrar la paz del corazón.
Jesús nos está enseñando la importancia de frenar, de buscar momentos de paz, lugares especiales para alimentar el espíritu. No se trata solo de unas vacaciones para descansar físicamente, sino de espacios para fortalecer el espíritu. No se contenta con el descanso físico, para ir de vacaciones costosas, sino que propone un descanso que fortalece, que alienta el alma, que llena de alegría nuestro ser y que nos enriquece.
Jesús siente lástima que aquellos que vagan por el mundo sin saber de dónde vienen ni para dónde van, son como ovejas sin pastor. Eso revela otro detalle amoroso de Jesús, que se preocupa mucho por los que andan sin camino, sin pastor; por los que van sin sentido por el mundo. A ellos, Jesús se dedica a enseñarles con calma.
San Pablo a los Efesios los lleva a descubrir una linda faceta de Jesús: “Él es nuestra paz”. (Ef 2, 14). Podemos decir que el sitio tranquilo y el pasto fortalecedor es Jesús. Vivir de Jesús produce paz. Pero la paz verdadera la logra no el que no hace nada, sino el que vive su vida con un sentido profundo. Hay gente que no tiene una vida acelerada, pero tampoco tiene paz. Como también hay gente muy ocupada pero que vive en paz.
Lo que produce la paz no es el hacer muchas o pocas cosas. Lo que produce paz es hacer y vivir todo con un profundo amor a Dios y al prójimo. Jesús es la paz porque con su palabra nos enseña lo que es verdadero, noble y justo, y cuando hacemos eso vivimos felices. Jesús es la paz porque con su Eucaristía nos alimenta cada semana, y cuando Jesús habita en nuestro corazón experimentamos la mejor compañía del mundo que nos da seguridad y alegría profunda.
Si Jesús es nuestra paz, el demonio siembra guerra, rompe la armonía con Dios, con los demás y consigo mismo. Jesús, por medio del sacramento de la reconciliación nos ofrece una paz duradera y completa, porque no hay nada en nuestra conciencia que esté gritando.
El Señor es mi pastor, nada me falta. Busquemos a Jesús, él es nuestra paz, él da sentido a nuestra vida. Acojamos su invitación; “Venga conmigo, a un sitio tranquilo a descansar” (Mc 6, 31). Busquemos la Eucaristía, la meditación de la Palabra, la oración ferviente, los sacramentos. Son sitios tranquilos y pastos abundantes que producen paz.
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