En esto momentos, cuando gran parte de la población del planeta, ve amenazada su integridad, sus intereses o la de sus seres más cercanos, por un microscópico bicho que mientras se escriben, o se leen estas líneas, va incrementando el número de víctimas mortales en forma exponencial, podemos observar que en San Andrés la situación reviste diferentes matices.
Mientras que el señor gobernador del Departamento, despachando desde el aislamiento preventivo, junto con las autoridades pertinentes han organizado un plan de choque ampliamente divulgado en los medios; mientras unos acatan y permanecen en casa, otros tantos –como si la cosa no fuera con ellos– se amontonan en los supermercados, tiendas o disputan un alegre encuentro deportivo.
Cosa tal, que de todas maneras, lo único válido en estos momentos es el confinamiento en casa. De ésta manera se intenta romper la cadena de contagio.
Obviamente, salen a relucir las características que distinguen a estas islas del resto del continente colombiano, donde al parecer se ha tomado muy en serio, salvo casos puntuales, la gravedad de la pandemia.
Sin querer parecer que sea un regaño (el regaño ya lo dio el señor Gobernador) vale la pena recordar que la pandemia está poniendo a tambalear ámbitos empresariales, comerciales, sociales hasta un punto que tendrá incidencia en la gestión del plan de acción departamental.
Y no es para menos, hay incidencia directa e indirecta en cada bolsillo empresarial, doméstico y personal. Éste impacto será en proporción inversa a la disciplina social con que se responda a la pandemia. Mayor disciplina, menor la red de contagio, y más pronto se recupera la región.
De una u otra manera, algo como una pandemia o un fenómeno de orden climático, entra a sacudir de tal forma que se tenga que elegir: oro o tierra, capital o salud, diversión o seguridad.
No obstante, visto desde la óptica de la humanidad el virus traduce enfermedad, muerte y desolación; mientras tanto, los casquetes polares se derriten, la capa de ozono cada vez es más débil, los océanos más ácidos, los bosques son talados, los ríos contaminados… Todo en busca de satisfacer la búsqueda de lo no alcanzable: poder absoluto.
Si algo queda de humanidad en nuestra forma de vivir en la reserva de Biosfera ‘Seaflower’ –y de cómo es nuestro actuar en ella–, es ahora cuando a consciencia, como seres humanos, tenemos la oportunidad de revaluar también nuestra genuina razón de ser en el planeta Tierra.