Crónicas iluminadas de ‘La Raya en el Ojo’

Imprimir

ALBERTO.SALCEDO1En días pasados se llevó a cabo en el centro cultural del Banco de la República un ameno e ilustrativo conversatorio con el investigador y cronista barranquillero, Alberto Salcedo Ramos, en marco del encuentro de escritores ‘La Raya en el Ojo', que se extendió a lo largo de dos semanas de inspiración literaria a finales de noviembre en San Andrés. Entrevista.

Reconocido por sus libros de crónicas populares y su trabajo periodístico en radio y televisión –que lo han hecho merecedor en seis ocasiones del Premio de Periodismo Simón Bolívar–; el invitado se expuso literalmente en un monólogo autobiográfico que paseó al público por múltiples senderos del Caribe, plenos de sincretismo y emociones.

'Echando el cuento'

Mediante la proyección de varias imágenes a lo largo de su vida, Salcedo Ramos relató maravillosas anécdotas que hacen parte de un extenso recorrido periodístico que lo ha llevado en una búsqueda incansable de historias por todo el país.

El escritor recordó cómo a los 24 años, entrevistó al gran juglar Alejo Durán y cómo posteriormente conoció a su héroe infantil de carne y hueso, el imbatible boxeador Antonio Cervantes ‘Kid Pambelé’, en quien se basó para escribir quizás, su libro más acreditado, ‘El oro y la oscuridad'.

Conmemoró también con gran afecto su época en la televisión y especialmente el reportaje ‘A pie por el Cartucho', zona tristemente célebre de Bogotá, que lo hizo merecedor del reconocido galardón internacional ‘Rey de España’.

“Gabo: el único brujo al que le creo”

Durante su intervención, también relató algunos detalles importantes en la creación de otros de sus libros como ‘La eterna parranda', 'Botellas de náufrago’ y 'Viaje al Macondo Real'; este último cargado de historias sobre Gabriel García Márquez y su particular ‘realismo mágico'.

Entrelazando y parafraseando, tal vez de manera inconsciente al nobel colombiano —que dijo alguna vez que “Cien años de soledad es un vallenato de 350 páginas”—, Salcedo Ramos recreó sus relatos con temas musicales de diversos géneros y autores, de quienes también tuvo una interesante historia para contar.

Aunque se declaró amante de la música de todo tipo, aceptó que podría escuchar todo el día a la mítica y genial intérprete de-blues, Billie Holiday.

Final soñado

Los asistentes disfrutaron de su playlist musical, con temas de Chavela Vargas, Los Gaiteros de San Jacinto, Emiliano Zuleta… Y al final, para su sorpresa, el grupo típico de San Andrés, ‘Orange Hill’ –a quienes siempre quiso ver en vivo– se presentó en el salón, cerrando una noche inolvidable.

Un evento que, mucho más allá de otro conversatorio, se convirtió en un encuentro formidable que junto a las otras actividades realizadas por el colectivo ‘Mama Roja Company’ como talleres, charlas con estudiantes y legados testimoniales, redondeó una quincena literaria iluminada.

DIÁLOGO ABIERTO

Tras la noche de inspiración, reflexión y jolgorio en un auditorio repleto del Banco de la República –con victoria del Junior incluida–, y rociada generosamente con ‘Buchanan’s, por cuenta del sponsor Pronal; el autor de 'La eterna parranda' visitó la sede de EL ISLEÑO y aceptó un diálogo abierto, eso sí, con su pasión central, la literatura, como hilo conductor excluyente.

¿Qué significó el grupo de La Cueva de Barranquilla para ti y tu generación?

Nosotros llegamos tarde porque lo que encontramos fue una leyenda, los cuentos que se contaban de ese grupo y del lugar. Unos años después de su ‘boom’, el periodista barranquillero Heriberto Fiorillo, rescató el sitio original y lo convirtió en un bar y es considerado una casa de encuentro con la cultura.

En mi parecer ese lugar no influenció a ninguna generación, o de pronto a la inmediatamente posterior a la del ‘Grupo de Barranquilla’, porque siempre se reproducen ejemplos, imitadores; pero por lo menos yo no pertenezco, por cronología.

Eso sí, son variadas las historias que se tejieron allí; por ejemplo, los amigos Gabriel García Márquez, Alejandro Obregón, Álvaro Cepeda Samudio y Alfonso Fuenmayor, entre otros, tenían un lema estupendo a cerca del sitio: ‘El bar donde nadie tiene la razón’; porque a ellos les gustaba reunirse y aunque discutieran de cualquier cosa, lo que los hacía felices era la posibilidad del encuentro.

¿Cómo valoras a Álvaro Cepeda Samudio?

Él fue una figura importante de la literatura del Caribe colombiano, que también se destacó en la publicidad. Pero pienso que fue un escritor fallido, porque prometió más de lo que dejó; tal vez esto se deba en parte, a una enfermedad que le quitó la vida cuando apenas tenía 43 años.

Pero yo rescato más al Cepeda Samudio lector, el mejor de ese grupo. Él se influenció por los norteamericanos, porque tuvo la oportunidad de estudiar en Estados Unidos y leer a Saroyan y a Faulkner cuando aquí ni se conocían.

Eso sí, era un hombre ‘de la vida’, uno de los escritores que me hubiera gustado conocer, porque tenía gracia, chispa, vitalidad, era un ‘huracán’. Sus amigos lo describen como ‘un hombre victimizado por su propia gracia’, y eso lo hacía ser arrollador.

¿Y que nos puedes decir de Ernesto McCausland?

Ernesto murió también muy joven e hizo, al igual que Cepeda, muchas cosas en corto tiempo; quizás porque en el fondo algo les indicaba que iban a morir muy jóvenes.

McCausland me parecía un narrador de no-ficción excepcional, sobre todo en televisión; ahí fue donde logró su máximo vuelo. Tenía una facilidad para hacer que ciertos personajes dijeran la frase que no le dirían a nadie más, sino a él.

Tenía un gran oído para el lenguaje popular y mucha habilidad para armar historias  de forma natural, para que no se sintieran truculentas; además que les ponía mucho corazón.

Por ejemplo, en una crónica para televisión que realizó en el entierro de Héctor Lavoe en New York, se metió con una cámara y captó las voces de ese rio de gente que fluía en su sepelio entre la tristeza y el gozo, porque lo iban medio celebrando tocando las palmas.

En esos dos extremos se metió Ernesto y construyó una historia memorable; como las otras que hizo y que lo convirtieron en un personaje fundamental para la crónica del Caribe colombiano.

A propósito de los relatos populares, recientemente corrió como pólvora la versión de la muerte de Kid Pambelé y al final todo resultó producto de una ficción de las redes sociales. ¿Qué opinas de esta 'evolucionada' versión de la vieja 'radio bemba’?

Es increíble: me enteré por dos colegas que me enviaron la información a través del celular y yo lo rechacé tajantemente porque no era cierto. Cuando los colegas empiezan a mandar noticias falsas, estamos mal... ¡Nos llevó el diablo! Yo puedo aceptar que una abuela –con todo respeto que se merecen– lo haga, pero que mis compañeros multipliquen una falsedad es inaceptable.

El libro, las obras impresas, los periódicos, ¿tienden a desaparecer?

Yo creo que no, el discurso de la desaparición de los medios impresos es antiguo. Por ejemplo, la radio hizo que algunos pensaran que desaparecerían los periódicos; o que con la televisión desaparecería la radio.

Pienso que los que van a desaparecer son aquellos que no sepan sintonizarse con la sociedad. El periodismo lleva casi dos siglos con un discurso hegemónico, que le vende a la gente que ellos fiscalizan el poder cuando a menudo sucede que son parte de ese ‘poder’, trasmitiendo el discurso hegemónico de los poderosos, en vez de controvertirlos o poner la lupa sobre sus acciones.

Entonces, los periódicos que todavía no hayan entendido que hoy en día ya no se puede ocultar la información, que no se puede tratar al público como ‘tonto’ porque no tiene más opciones dónde enterarse, esos son los que van a desaparecer. Aquellos que entrevistan al mentiroso para que diga sus mentiras, simplemente están liquidados

Por su parte, los libros no van a desaparecer, esos quedaron muy bien inventados.

A raíz de la realización con gran éxito de la Feria del Libro de Bogotá y de otros eventos similares, ¿Crees que la gente está leyendo más o ha descendido el hábito?

Los índices de lectura en Colombia no son altos, esa es la gran verdad. Pero considero que en esa valoración de la lecturabilidad hay mucha histeria. No podemos caer en la dictadura de la lectura, me parece maravilloso que todo el mundo lea, pero no debemos estigmatizar o tratar como ciudadano de menor categoría al que no lo hace. Yo propondría mejor que busquemos la forma de seducirlo para que lo haga.

Además, si pensamos que alguien se acuesta con una sola comida entre pecho y espalda, en un país con tanta hambre enmascarada en un discurso falaz, ¿Cómo vamos a pretender que el que no ha comido lea? Yo mismo me niego a leer cuando tengo hambre.

A propósito durante la realización del encuentro de escritores  ‘La Raya en el Ojo’, tuviste un encuentro con jóvenes estudiantes de San Andrés. ¿Qué experiencia arrojó ese evento?

Considero que este encuentro fue distinto porque propuse una dinámica improvisada, en la que les dimos voz a los estudiantes para que expresaran su visión del mundo, de su entono, de la isla a la que pertenecen. Para que dijeran las problemáticas que visualizan y cómo se podrían solucionar; y para que hablaran de ellos, de su juventud, de su presente; y salieron intervenciones interesantes, dignas de tener en cuenta.

¿Este viaje a San Andrés te confirmó la visión del ‘gran abrazo Caribe’ que se verifica en múltiples afinidades de tus relatos sin fronteras?

Sí, porque el Caribe es para mí toda una patria cultural, que va más allá de lo trazado por la cartografía. Como habitante de Barranquilla, tengo más lejos a San Andrés que a Tunja hablando en términos geográficos. Pero cuando hablo con un sanandresano, me siento más cerca de él que del tunjano, sin que eso signifique que lo estigmatizo o desconozco que hace parte de mi país. Me pasa igual con un cubano o un puertorriqueño.

¿Se está ‘cocinando’ un nuevo libro?

Sí, estoy preparando un libro sobre la bonanza marimbera de los años 70 en la costa Caribe colombiana; voy a hablar de los narcos de la época, de las rutas que usaban, de la prehistoria y la proyección de ese fenómeno a nuestros días con lo que vino después.

He consultado a algunos historiadores y sociólogos para darle contexto al tema, porque la idea no es mostrar a los narcos como en las series de Netflix –a través de la ‘espectacularización’–, sino en una forma que me ayude a entender el país.

También he viajado a México y a Estados Unidos, para ver el fenómeno de manera global y no quedarme sólo en La Guajira. Pienso que aunque se habla mucho del tema, se ha entendido poco o nada porque no se le ha conectado con lo global.

A mí me interesa ver lo mítico del fenómeno porque Colombia ha sido un país que ha ido de bonanza en bonanza, unas legales y otras ilegales: la del café, de petróleo, esmeraldas, banano… y cada una de ellas se va y lo que deja es la leyenda. La de la marihuana dejó muchas historias que creo que van a servir para entender más este país.

 

Última actualización ( Domingo, 16 de Diciembre de 2018 21:47 )