Sueñan las islas…

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BANDERA.SAI

El himno de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, por décadas nos hizo evocar a unas islas en completa y serena armonía. Un territorio que amanecía con olor a paraíso terrenal y de noche soñaba sobre el silencio azul del mar. Tanto nos acostumbramos al eufemismo onírico, que la campaña política del último gobernador (hoy separado del cargo) adoptó el slogan: ‘Los que soñamos somos más’. Y ganó.

En consecuencia, luego de su triunfo, el lenguaje oficial pasó a girar en forma casi excluyente en torno a los más anhelantes deseos atribuidos a las islas y a su gente. De forma que convertir sueños en realidad fue el reto prioritario asumido por el exgobernador y sus afanosos colaboradores. Una apuesta ambiciosa, si se quiere fantástica, plasmada en el Plan de Desarrollo que al cabo de un tiempo se convirtió en pesadilla.

Los proyectos no arrancaron y los pocos que lo hicieron se vararon tarde o temprano. Ni hablar de las obras y ‘mega-obras’ contratadas en una suerte de amalgama pegoteada con el célebre Plan Archipiélago y con retazos adheridos de la pasada administración –cuya mandataria también se encuentra privada de la libertad–. En síntesis, una maquinaria voraz al servicio de la corrupción que los organismos de control no dudaron en calificar de monstruosa.

Este interminable e insufrible drama, como toda pesadilla, en varios capítulos y con casi el mismo elenco estelar, ya completó más de siete temporadas. Claro está, con novedades que se han ido agregando en los últimos meses: flamantes intérpretes vestidos de punta en blanco que deberían tener –según el libreto original– un papel quirúrgico, corto y letal, pero que al vaivén de los sucesos se han ido acomodando en esta trama apasionante y (no tan) imprevisible.

Nos referimos desde luego al gobernador (e) que, eso sí, con estoicismo y puntualidad marcial –no sólo temporal–, ha ido sorteando uno a uno los embates del devenir institucional, incluida la razonable oposición de muy buena parte del liderazgo político y Raizal. Los primeros, salvo contadas excepciones, deslegitimados por su asistencia, por acción u omisión, a la devastación del Coral Palace. Los segundos, con sobradas razones históricas y culturales.

La gestión de su encargo ha sido estrictamente apegada por un lado al postergado Plan de Desarrollo ‘Los que soñamos somos más’ rodeado de un equipo de jóvenes colaboradores isleños y de gente de su extrema confianza; y por el otro, al mandato del Gobierno Nacional que lo sigue (¿o lo guía?) paso a paso en forma estricta. Lo extraño de todo esto y que poco a poco luce insostenible, es el mutismo oficial frente a la terna de los partidos Liberal y de la U.

Un silencio que llama la atención. No solo por parte del Palacio de Nariño, sino también por cuenta de la cúpula liberal, que en este caso tendría las de ganar –al interior de la coalición– debido a la obvia ventaja de contar con la credencial del Congreso de la República. Entre tanto, el verbo soñar, vilipendiado y devaluado, clama por su resurrección. Un renacer al que tenemos genuino derecho todos los que seguimos creyendo que en el aire brilla la alegría y la vida es bella como el mar.

Última actualización ( Lunes, 01 de Abril de 2019 09:44 )