Una autocritica necesaria

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NADINEsto de las desapariciones forzadas y el asesinato selectivo de personas en San Andrés y Providencia no es algo fortuito, como quieren verlo algunos. Es la punta del iceberg de un problema mayúsculo de la sociedad que tiene que ver con el deterioro de los valores éticos y morales y un alto grado de permisividad con los comportamientos por fuera de la ley que han adoptado algunos de sus integrantes.

Las crisis no son vainas de la vida. La incursión de tantos jóvenes isleños en el negocio ilícito del narcotráfico o la delincuencia común no es únicamente el resultado de la falta de oportunidades de trabajo bien remunerado, que por siempre ha padecido el archipiélago, sino la consecuencia de grandes desaciertos en la educación que se les imparte a los muchachos en el seno del hogar mismo.

Muchos padres han caído en el craso error de permitir que sus hijos aparezcan en la casa de la noche a la mañana con sumas de dinero exorbitantes y no se toman el trabajo de averiguar ni cuestionar su procedencia. Más bien, se han hecho los de la vista gorda ante la situación o la han acolitado o estimulado de diferentes formas, por poner un ejemplo. Lo mismo ha estado haciendo la sociedad en general, hasta ahora, ya sea por temor o simple indiferencia. Ni se diga de ciertos agentes del orden que se venden al mejor postor.

De otro lado, el hecho de que prosigan los asesinatos y las desapariciones forzadas (ahora de manera pausada pues ya no lo hacen a diario sino cada cierto tiempo) da la sensación que las acciones de los órganos de inteligencia de la Policía y la Armada Nacional, no han sido suficientes para contener el proceso de enquistamiento de la violencia en las islas.

Se nota también una falta de autoridad enorme por parte de quienes gobiernan el archipiélago y más aún del gobierno nacional. Lo que se ha visto, en contraste, es que los sicarios imponen la suya, tanto que ya no huyen en motocicleta sino que salen trotando de la escena del crimen con una desafiante tranquilidad.

Esto no puede seguir ocurriendo. Es tiempo de apagar la indolencia y la indiferencia que nos consume y encender la luz de la esperanza que nos aliente a cambiar las cosas y a buscar un futuro mejor. San Andrés y Providencia tienen que volver a ser aquel remanso de paz que antes permitía vivir la vida sin tormentos ni angustias y el paraíso turístico preferido por los colombianos y los extranjeros. Tiene que haber una forma eficaz de combatir la delincuencia común y organizada que le está causando uno de los peores daños a la comunidad.

Señor Presidente Santos, las medidas de seguridad hasta ahora aplicadas no han sido tan efectivas, ni bastan. La sola condena pública de estos actos criminales, poner retenes en las vías y una que otra captura, no son suficientes. Como no lo son tampoco las pocas condenas judiciales que emiten los tribunales. Es imperativo aumentar las acciones de búsqueda y neutralización de los delincuentes que están detrás de esta racha de desapariciones forzadas y asesinatos de ciudadanos de todo origen.

De contera, esta inseguridad que azota a las islas podría muy pronto golpear duramente a la economía de las islas —si no se ponen en marcha ya acciones concretas y contundentes para contrarrestarla— puesto que el turismo es una actividad vulnerable que depende de la percepción que los potenciales visitantes tengan del lugar. Y la violencia que cunde en el territorio insular es suficiente motivo para que nadie se atreva a venir por acá si esta llega a ser conocida de antemano por quienes quieran visitarlo.

COLETILLA: “Aunque el hombre ame a sus semejantes, su propensión a hacer dinero interfiere a menudo con su benevolencia”, Herman Melville.
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