De lémures y otras realidades

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JORGE.GARNICA¿Es posible ver el futuro? ¿O será que más bien lo recordamos porque la vida es sólo un retorno, un reciclaje de memorias? Así, hago todo lo posible para evitarme comportamientos y compromisos supersticiosos. Sin embargo, de cuando en cuando los elementos culturales, o sea, las otras realidades se deslizan, se apropian del corazón de uno sin una visa explícita. Claro está, recordar el futuro es diferente a imaginarlo.

De todas maneras, la palabra clave es futuro.

Decía que la superstición es un rasgo de la cultura caribeña; y ésta está arraigada, indudablemente, en la cultura de nuestros ancestros africanos de la raza negra. Pero la superstición no sólo se encuentra en la esencia de la raza negra africana; también la encontramos pululando en las culturas árabes, sajonas, indias americanas, indias asiáticas, niponas, sino asiáticas, etc.

Todas estas culturas veneraron dioses y diosas que les socorreríanen una o mil maneras: les ayudarían en las continuas guerras contra sus semejantes; adoraron deidades que les darían una mano en la consecución de riquezas; reverenciaron ídolos que se encargarían de hacerles más fértiles, osados, y fuertes sexualmente; idolatraron titanes que llenarían y rebosarían sus bodegas de granos de maíz, cebada, arroz, frijoles, etc.; sirvieron a estatuas que les traerían lluvias, nieves, y otros bienes.

Hoy en día, a pesar de estar en el siglo XXI, no faltan los que fuman cigarros para que su seres amados no les dejen; hasta el matón moderno no deja de hacerse la señal de la cruz y encomendarse a una de las tantas vírgenes cuando se alista a asesinar a uno o una de suespecie; no falta el fanático, en pleno siglo XXI, repito, que descabeza a un hermano de su raza porque en el cielo le esperan 27 vírgenes; no es de extrañar ver a un fulano o a una mengana cavando en un camposanto en busca de tierra sepulcral para encantar a alguien que no le cae bien, o que le miró mal por error; no falta la que está llena de amuletos santos en la nariz, labios, cejas, orejas, y hasta en lugares prohibidos y que no vemos, para evitar “el mal de ojo;” y ni hablar del que vende su última camisa y la última onza de carne porque necesita comprar el número con que soñó hace tres años—y si fueron más de un número agregaría por seguro los pantalones y el calzón.

Ahora, y por otro lado, también encontramos los que no creen en nada—ni siguiera en su propia existencia. Para estos la razón pura aunada a los sentidos matemáticos es lo único que vale. Son los amantes del materialismo puro (incluso, a veces, son tan creídos y arrogantes que prefieren llamarse ateos—porque suena más intelectual y abstracto). Si el cielo está oscuro y las nubes cubiertas de agua, esperan para ver la desbandada del firmamento y el cielo abierto para finalmente decir: sí, va a llover. El pragmatismo llevado a extremos no es razonable; es el efecto y el defectode una mente oportunista—es más, pensaría que sería mejor calificarlo de hipócrita. Bueno, todo extremo es vicioso, dicen por ahí.

Entonces, ¿dónde está la verdad? Normalmente frente a nosotros; riéndose de nosotros, como en uno de esos ataques de risa de los que frecuentemente sufre mi amiguito Condorito. La verdad, regularmente, señores y señoras, está en el perfecto equilibrio de las cosas. Pero ¿no decimos que la “perfección” es de Dios? Me refiero a la “perfección” humana; cuando hablo de la excelencia, me refiero a “excelencia” del hijo de nuestros primeros padres y madres.

Hace muchos años atrás, cuando estaba todavía en mi temprana adolescencia, vivía con mi abuela en una cabaña de palmas de coco en el sector del área Insular conocido como “Hill Top.” Vivíamos felices lejos del mundanal ruido; convivíamos tranquilos con unos pollos y un caballo; compartíamos con un jardín de hortalizas, el cultivo de caña de azúcar del vecino; con el palo de mango dulce a diez metros de distancia de la cabaña; con el torrencial riachuelo que se desbordaba durante los periodos de lluvia.

Pero una mañana, temprano, me levanté para estirarme y cortar en cientos de trocitos de coco el alimento para mis gallinas y el gallo. De pronto, a unos cuantos metros, y juro sobre la tumba de mi querida Abuela, que vi una inmensa bola negra—dos metros de diámetro aproximadamente—rodarse delante de mis ojos hacia la parte semi selvática del patio. Salí disparado y jadeante, el corazón en la mano, en busca de mi Abuela. Cuando regresamos al lugar delavisión ya no había nada. “No fue nada; no hay nada, Jorge,” dijo mi querida Abuela. No obstante, yo sé lo que vi en ese entonces; y les aseguro que no fue un espejismo, ni una rama moverse por las fuerzas del viento y el reflejo de la indirecta luz lunar.

Hoy, todavía, en pleno siglo XXI, insisto, veo ante mis ojos la sombra de esa descomunal bola negra, desplazarse lentamente hacia elárbol de mango dulcesobre cuyas ramas me acomodaba a comer mangos dulces al menos dos veces a la semana; hacía el inmenso palo de ciruela para cerdos; hacia el cañaveral del vecino, hacia el infinito.

Horas después, uno de mis hermanos que vivía con mi madre y demás hermanos y hermanas, llegó hasta la cabaña para informarnos que el barco en que estaba mi padre se había naufragado en las aguas del mediterráneo caribeño.

¿Y cuándo se hará algo, en serio, en cuanto a la insostenible e intolerable inmigración hacia la Ínsula—pasado y futuro?

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Última actualización ( Sábado, 28 de Junio de 2014 04:44 )