“No te pongas viejo”

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Buena conversadora y de mente siempre ágil. Con la palabra justa, en el momento preciso. Sus pensamientos claros, incluso ahora que tuvo que marcharse, no porque quiso, sino porque la obligó el monstruo imparable del tiempo. “No te pongas viejo”, me dijo en más de una ocasión. “Es muy aburrido envejecer. Uno quiere hacer cosas y le duele todo. También se le caen a uno los dientes. Así que no te pongas viejo”, decía. Así fue que la conocí, por mi profesión de ‘sacamuelas’.

Al principio quiso ser muy rigurosa conmigo también, pero muy rápidamente nos hicimos amigos por su costumbre de contar historias y por la mía de escucharla, como escuchaba de niño a mi abuela.

Jamás olvido cuando nos contó, a mi auxiliar y a mí, su viaje a Cartagena en Goleta. Mi auxiliar de consultorio le preguntó: “¿Qué es Goleta?”. En medio de una sonrisa irónica al ver que una joven no tenía ni idea qué se trataba, dijo:

“Las goletas eran unos barquitos de vela que viajaban a San Andrés y Providencia con carga y pasajeros. Viajar en eso era muy difícil como pasajero. Había que meterse en ese hueco, porque no se podía estar en cubierta –se refería al espacio de bodega bajo cubierta–. A mí me tocó una vez viajar 21 días con 21 hombres, porque yo era la única mujer ahí. El motor del barquito se dañó saliendo de San Andrés. Demoraba 5 o 6 días con el motor en buen estado, pero sin motor, o sea solo a vela demoraba mucho más, y como no había brisa, no avanzaba mucho...

En ese viaje aprendí de los marineros a jugar póker para matar el tiempo. Salí de San Andrés con $5 pesos que me dieron para mis gastos en Cartagena. Al principio se los prestaba a los marineros para que jugaran, pero luego me enseñaron. Llegué a ganar hasta $8 pesos. Yo creo que me dejaban ganar, porque después perdí todo y llegué sin un peso a Cartagena. Eso sí, me respetaron todo el tiempo...

Viajar en esos barquitos era feo. Para orinar o defecar, tocaba en bacinilla y los marineros lo echaban por la borda. Eso daba mucha pena que le conocieran a uno sus inmundicias, pero así era la vida en esos tiempos, era dura.Lo peor era si, como mujer, te venia la regla. Tocaba usar trapitos para limpiarse, pero los marineros decían que no echáramos ‘eso’ por la borda de día, porque atraía a los tiburones, sino por la noche, para no llamar la atención. Tocaba esconder esos trapitos sucios todo el día y esperar la noche para botarlos. ¡Qué pena!”

Durante el tiempo que, aparte de paciente, fue mi amiga, me contó muchos relatos de sus vivencias de ‘Vieja Sabia’. Este lo trascribí sin saber que sería el último que me contara.

Sí, este 10 de octubre se fue, no para la otra vida, si no para Estados Unidos, Miss Hazel Robinson Courtney a sus 86 años y más obligada por los achaques de la edad que por voluntad propia. Nos dejó, tal vez para siempre, la mejor escritora que ha parido el archipiélago. No hubo grandes anuncios, homenajes ni despedidas. Seguramente ella lo quiso así.

“Estoy aburrida –dijo– ahora tener que estar con nietecitos en un apartamento, yo que estoy acostumbrada a andar sola por todos lados”.

“Así es el orden natural de la vida”, traté de decirle y me replicó: “Que va, uno no debería envejecer. Te repito: no te pongas viejo, que eso es muy feo”.

Última actualización ( Lunes, 29 de Noviembre de 2021 07:21 )