Si deseamos paz y alegría seamos servidores humildes

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Podemos encontrar supuestos discípulos misioneros muy mundanos. Toman elementos del evangelio, los mezclan con intereses mezquinos, dando como resultado una amalgama indescifrable de un horroroso cristianismo mundano y falso que hace daño. Es el caso de los discípulos que piden a Jesús: “concédenos que en tu reino glorioso nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda” (Mc 10, 37).

“Cuentan los padres del desierto que un día se presentó en el monasterio un joven que quería ser monje. Lo llevaron al Abad, un anciano venerable con fama de santo y sabio, que le preguntó, mirándole fijamente a los ojos y derrochando ternura en sus palabras:

- Dime, hijo, ¿qué deseas?
- Deseo habitar todos los días de mi vida, en paz y alegría, con los hermanos en este monasterio.
Y dicen las crónicas del monasterio que el Anciano Abad le contestó:
- Si quieres vivir en paz y alegría siempre con los hermanos, conserva todos los días de tu vida el deseo de servirlos que ahora mismo tienes, para que no llegues nunca a creerte superior a ninguno de ellos”.

Jesús es radical en la exigencia del servicio, que tiene que vivirse sin descanso y en actitud de últimos. El servicio cristiano obtiene para nosotros tres ganancias que nos hacen ricos. La primera ganancia: el servicio nos humaniza. El servicio realizado por amor, comienza a producir frutos en nuestro inmediato alrededor, como lo afirma el profeta Isaías: “Cuando entregue su vida como expiación, verá a sus descendientes, prolongará sus años y por medio de él prosperarán los designios del Señor. Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará; con sus sufrimientos justificará mi siervo a muchos”. (Is 53, 10).

El servicio es un poderoso imán que crea vínculos fuertes de amor en la familia; el servidor será recordado con cariño, sus obras quedarán en el recuerdo de muchos y por más tiempo, por eso prolongarán sus años. El servidor refleja en cada gesto el amor del Señor, que no ha venido a ser servido, sino a servir. El servidor se va a fatigar, porque servir es exigente, pero verá la luz de la satisfacción y su alma quedará llena. Así como el que buscar servirse de los demás se vuelve cruel e inhumano, el servidor de los demás al estilo de Jesús, se hace más humano.

La segunda riqueza, el servicio nos diviniza. Pero hagamos esta claridad, divinizarnos no es volvernos intocables, lejanos, seres de otro mundo, indiferentes; por el contrario, consiste en volvernos tremendamente vulnerables, sensibles, cercanos y misericordiosos. Tengamos en cuenta que quienes han alcanzado altos grados de divinización como Jesucristo, María Santísima, y los santos, han terminado exprimidos pero contentos, crucificados pero gloriosos, ajusticiados pero satisfechos, pobres en bienes, pero ricos en gracia, con lágrimas en los ojos y sonrisas en el alma, víctimas de críticas mordaces e injustas, pero con más aprobación divina.

Entre mejor ejerzamos el servicio al estilo de Jesús, más nos parecemos a él, y más altos grados de divinización alcanzamos. Así lo dejó consignado en el Evangelio: “el que quiera ser grande entre ustedes que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”. (Mc 10, 43s).

Tercera ganancia: el servicio permite atravesar el cielo. Esta es una bonita expresión de la carta a los hebreos: “Puesto que Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote, que ha entrado en el cielo, mantengamos firme la profesión de nuestra fe”. El primero en atravesar el cielo es Jesucristo, el servidor por excelencia; él atraviesa el cielo y se abaja para compadecerse de nuestras debilidades. “Pues no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado”. (Hb 4, 15).

Pero el servicio también nos permite a nosotros “atravesar el cielo para acercarnos al trono de la gracia y para alcanzar misericordia y encontrar la gracia que nos auxilia oportunamente” (Heb 4, 14). Recordemos la enseñanza del Abad: “Si quieres vivir en paz y alegría siempre con los hermanos, conserva todos los días de tu vida el deseo de servirlos que ahora mismo tienes, para que no llegues nunca a creerte superior a ninguno de ellos”. El cielo es para los servidores. 

* Vicario Apostólico de San Andrés y Providencia
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.