El hijo de Jesús

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NADIN.MARMOLEJO.NUEVA2020Aprovechando que estamos en tiempos de reflexión, quiero traerles a colación la siguiente historia, cuyos elementos fundamentales son parte de unos hechos que observara, hace ya cierto tiempo, a través de mi lente periodístico. La ocurrencia de los mismos tuvo lugar en un lapso de 20 años, que puedo resumir así:

Andrés* era el hijo mayor de la familia Monterrey* y desde temprana edad mostró una especial habilidad para dibujar figuras de tipo geométricas. Aquel talento nunca imaginado siquiera por ninguno de los padres llamó la atención de ambos. El chico trazaba líneas y puntos sobre cualquier superficie apropiada que encontrara: hojas de los cuadernos, tablas, paredes, puertas, pisos, en fin.

A medida que pasaba el tiempo, Jesús*, el padre, quien no ocultaba su alegría por el hijo bendecido con aquel haber de inteligencia, se le fue metiendo en la cabeza la idea de que Andrés —cuando fuese grande— estudiaría arquitectura, dada aquella habilidad innata; razón por la cual se dedicó a comprarle cuanto elemento y herramientas de trabajo típicos del arquitecto viera en el comercio local.

Hizo caso omiso a las advertencias de su mujer, Alina*, una maestra de escuela, experimentada y exitosa, en el sentido de que no se precipitara ya que los muchachos suelen rayarlo todo por diversión. Pero Jesús no le prestó atención. La casa se fue llenado de escuadras, reglas graduadas, transportadores, borradores, compás, laminas, cinta métrica, un caballete, un tornillo de palmer, etc. etc. Y no perdía oportunidad de hablarle al oído al chico de sus enormes capacidades para llegar a ser un gran arquitecto.

Entre tanto, le mostraba fotografías de construcciones emblemáticas de otras partes del mundo que aparecían en los periódicos y lo llevaba consigo a pasear por la propia ciudad subidos en la motocicleta de la marca Kawasaki Er 501 Cc, que orgullosamente ostentaba, para que viera las más vistosas edificaciones de los barrios de estrato social alto y el centro. Pensaba Jesús que de esta forma ayudaba a enriquecer la vocación de su hijo.

Luego se inventó un viaje a la capital del país, sólo con el propósito claro de que Andrés viera con sus propios ojos la arquitectura moderna de la fabulosa urbe del altiplano. Y a su regreso no paró de animarlo a diario para que dibujara lo que había visto y lo que veía en su entorno a fin de observar su nivel de progreso y aprendizaje. De modo que cuando el chico se hizo bachiller, Jesús ya tenía resuelto el dilema de la carrera que estudiaría Andrés. Determinó entonces matricularlo en la Facultad de Arquitectura de una prestigiosa universidad del Caribe colombiano.

Andrés inició su carrera profesional alentado por las tremendas expectativas de su padre, y la de su familia, que por primera vez contarían con un arquitecto en sus toldas, pero, al cabo del primer semestre su estado de ánimo mudó de aire pues la habilidad con que pintaba en la casa no volvió aflorar en las clases. En su rostro y en sus palabras fueron fácilmente detectables luego el desgano por los estudios y la animadversión hacia la ciudad donde vivía.

Su padre atribuyó aquel bajonazo inesperado a sus nuevas circunstancias de vida, como el repelente ambiente citadino, el trato despectivo que reciben los provincianos, la inseguridad, el tormentoso servicio de transporte público, entre otras cosas. Sin embargo, no dudó en matricularlo para el siguiente semestre. Pero Andrés lo reprobó.

Antes de la inevitable reconvención de sus padres, Andrés abrió la boca para decirles que esa no era la carrera que quería estudiar; ni la universidad que había soñado; y que su verdadera vocación era la odontología. Jesús vio venirse al suelo el castillo de naipes que el sólo había construido, igual que esos edificios viejos que son derribados con dinamita para dar paso a uno nuevo. Quiso sermonear al muchacho, pero entendió a tiempo la situación y guardó silencio.

Un poco a regañadientes y con grande desconfianza lo matriculó en la otra carrera en la misma universidad. Andrés terminó los estudios con altos rendimientos académicos. Y, luego de trabajar unos dos o tres años en algunas instituciones públicas, abrió su propio consultorio en su pueblo natal y el éxito apareció pronto.

"Rectificar también es una forma de decidir, pues implica una reelaboración de la meta establecida", escribió Víctor Frankl, neurólogo, psiquiatra y filósofo austríaco, fundador de la logoterapia y del análisis existencial, quien sobrevivió desde 1942 hasta 1945 en varios campos de concentración nazis, incluidos Auschwitz y Dachau. De tal manera que ciertas equivocaciones, podría pensarse, son meros puntos de inflexión más no el fin de las cosas. Y más que restar suman experiencias que enriquecen la vida.

*Nombres ficticios.