Macondo en medio del Caribe

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RAMI.FARAH

Recientemente he leído columnas de opinión donde nos encargamos de una u otra manera de encontrar un culpable y de demostrar al afán por crear una imagen incierta sobre nuestros intereses en el bienestar de las islas. 

He visto pasar frente a mi pantalla reflexiones que buscan cuestionar el modelo económico en el que sustentan las actividades comerciales de la isla; también sobre el turismo y por supuesto la infaltable mención a los dirigentes político-sociales no solo del departamento, sino también de la nación.

En esta columna de opinión los invitaré a no buscar culpables. Les quiero presentar una alternativa, en dónde si bien no debemos pasar al surrealismo ni al idealismo positivista, sí debemos ver la copa medio llena; para así mejorar, buscar alternativas, prepararnos para servir con calidad y sobre todo para aprender de la situación actual y diversificar.

Si bien es cierto que las islas dependen prácticamente en su totalidad de la actividad turística no debemos olvidar que no es un error departamental o nacional. Con la apertura económica de la nación y la decisión de acoplar nuestra economía al sistema neoliberal de comercio se asumieron una serie de riesgos, los cuales casi 30 años después vemos reflejados

En el campo de las ciencias económicas se conoce como efecto colateral de las economías neoliberales, la dependencia de una actividad determinada como Enfermedad Holandesa’, nuestro caso. Esto en sí no es del todo negativo, lo que ocurre es que al generarse esta dependencia se dejan de lado y en el olvido otras actividades, que, si bien no son indispensables, sí son de alta importancia en caso de colapsar la principal.

En nuestro caso ocurre con el turismo, pero ¿es este un motivo para prescindir de la actividad turística, renegar en su contra, culparla del hambre o de las diferencias sociales? Con este cuestionamiento no busco limpiar en su totalidad el nombre de esta actividad, ya que bien sabido es que no es la tan soñada ‘industria sin chimeneas’ como algunos de sus teóricos la pintan.

Sin embargo, sus impactos positivos, si son llevados de la manera adecuada pueden mitigar en sobremanera a los negativos.

Si nos atrevemos a mirar el lado positivo y realizamos concienzudamente un análisis de la cadena de valor de las actividades económicas de las islas, volvemos a encontrar un punto de origen común, el turismo. Entonces tengamos como punto de inflexión lo anterior y avancemos.

Los cambios culturales son procesos tanto exógenos como propios de un grupo social y usualmente tardan años para reemplazar una costumbre ya existente; en nuestro caso una dependencia económica; por lo que pretender ver la luz al final de la pandemia buscando alternativas que reemplacen el turismo es regresar al error inicial de la dependencia en una sola actividad económica y más en este momento donde la inmediatez no puede faltar al servir en el menú de la solución.

Entonces es momento de tomar los recursos que tenemos, lo poco que sabemos y lo mucho que podemos aprender del turismo; fomentar simultáneamente diversas actividades económicas desde dicha actividad y crear cadenas de valor, hacernos notar como comunidad y sobre todo dejar de lado los intereses personales.

No olvidemos que si no nos ayudamos entre nosotros como islas y como comunidad diversa –y llena de maravillas que somos–, entonces no somos nada. Lo anterior, sin olvidar los defectos y falencias de conocimiento con los que contamos no solo en servicio, sino también en lo concerniente a los estándares de calidad, preservación de patrimonio cultural y ambiental, cultura ciudadana y demás.

Aprendamos los unos de los otros, fomentemos sino una economía solidaria, una cadena de valor de apoyo que permita a-pymes progresar, a hoteleros mantener sus negocios, a raizales a fomentar su herencia y preservar su cultura, y a todo quien quiera emprender, beneficiarse y contribuir a las islas.

Es cierto que –a mis ojos– somos el paraíso del Caribe, digno de cualquier imaginario en el realismo mágico de Gabriel García Márquez. Sin embargo, si no somos conscientes de nuestras falencias, y no solo eso, sino nos empeñamos en la constante búsqueda de ‘culpables’ entre nosotros y los de afuera; más temprano que tarde nos daremos cuenta de que no lograremos nada. En cambio, si nos esforzamos en cambiar, en innovar, en servir y en aprender; esto no será el ocaso que no muestra señales de amanecer como hoy lo vemos.

Por último, he visto y leído otras columnas y publicaciones que me hacen tener aún más esperanza en que unidos podemos superar la crisis, aportar a nuestras islas y crecer como comunidad. A esas personas positivas, emprendedoras e interesadas y enamoradas de su isla; les agradezco inmensamente por haber sido inspiración para la redacción de esta columna.

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresen.

Última actualización ( Domingo, 19 de Julio de 2020 05:18 )