Amazing Grace

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EDNA.RUEDEA2Mi mamá tenía el porte de una princesa, pero no una de esas de cuentos infantiles, no era de una de esas que se sienta a esperar que la rescataran, no se victimizaba.

Para ella ser princesa consistía en caminar erguida como con el peso de una corona, significaba tomar el tiempo para saludar a cada persona que la detenía en la calle, hacer suyos los problemas de los demás y encontrar consuelo para el que le trajera su dolor.

Era una princesa con la obligación de llegar temprano, acompañar en los funerales, vestir con recato y abandonar las fiestas a media noche. Tenía un sentido de lo social, que solo tiene una princesa,  una princesa que sufre si su pueblo no tiene lo que necesita, ella podía ver más allá de las fallas de un niño y reconocer que el traía al salón las condiciones de su barrio, el hambre de su casa, y la ausencia de su padre.

Para sus compañeras siempre guardó un cariño respetuoso y una disposición para ayudar si podía.

Sus sobrinos, mis hermanos, encontraban en ella una persona que los amaba exactamente como eran, y encontraba una gracia por la que cada uno fue por un día al menos, su favorito. Tenía para todos una historia y casi siempre tenía que ver con alguna canción que inventaba, una cuenta de ahorros que les abría a escondidas, o su sencilla mirada a lo lejos de salón a salón en el colegio Sagrada Familia.

Con sus hermanos compartía la infancia feliz, historias de mar, de cine, de helados, de iglesia. Pagaba por leer El viejo y el mar, compraba bikinis a las niñas, y prestaba su moto Suzuki a sus hermanos.

Para mi hijo una madre, ni primera ni segunda, una madre, paralela, una mujer que corría a su lado para jugar videojuegos, que le enseño a ser gentil y educado.

Para mí,  todo. Su increíble paciencia, a pesar de mi volcánico carácter, de mis luchas internas y públicas, de mi rebeldía intrínseca y mi negación a comportarme como la heredera de su corona. Y aun así, me hizo sentir amada hasta el último día, amada a pesar de todo, a pesar de mí. Un amor que se hacía escalera para alcanzar metas, manta para proteger o luz para guiar. Ella era mi lado bueno.

Mi mamá podía genuinamente estar feliz en la felicidad ajena, amaba ir a grados, se ponía contenta con matrimonios felices, celebraba los nacimientos y cualquier cosa que le trajera alegría a los que conocía y a los que no. Tenía, sin duda, una Gracia Asombrosa.

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EL ISLEÑO no se hace responsable por los conceptos emitidos en esta columna de opinión, los cuales no comprometen su pensamiento ni su postura editorial.

 

Última actualización ( Domingo, 17 de Febrero de 2019 04:25 )