Después del fin

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CRISTINA.BENDEKSalir. Escojo la ventanilla del avión siempre, siempre del lado del que puedo ver cómo crece el puesto militar por la calle que va a Las Tablitas. Me enfurezco si un turista, o alguien con quien comparta este vuelo de bajo costo, se hace el equivocado y me obliga a desplazarlo de mi lugar.

Será la enésima vez que despegue de la corta pista, pero miraré hacia abajo con una nostalgia tal, que no se entenderá si es la primera vez que veo ese cuerpecito frágil ahí tendido, o la última.

El paisaje desde arriba ya es común para uno de nosotros, isleños contemporáneos que entramos y salimos, que conocemos a los funcionarios de la Occre, y reconocemos a alguno que otro policía del aeropuerto, a los maleteros, a los taxistas que se pelean por el orden de la fila. Se ve Johnny Cay, se ve la marea del dos mil doce, la plataforma de exploración petrolera tirada donde debería haber un muelle. Sí, sí, sí, se ven los colores del mar, como dice el preadolescente que me empuja la silla desde atrás. Se ven es bancos de pesca, no se ven líneas punteadas, ni enclaves, ni pabellones.

El mar se irá ensombreciendo y luego aparecerá un continente, la planicie inacabable que fascina a la mente de nosotros los aislados. Todo está bien, dice el capitán, a pesar de la turbulencia, nada que pueda afectar la seguridad del vuelo, en la voz de un chico de unos veintitantos. Aquí abajo es donde pasa todo, pienso. Allí están los que ya eran ciudadanos antes de que en la isla hubiera quien hablara español, están las instituciones, los documentos, los límites, los abogados, las reuniones del comando militar, las formas, los vestidos de paño y los zapatos cerrados.

La pista de aterrizaje es de no acabar, rodamos y rodamos, aquí no habrá un viento que traiga desabastecimiento de gas, de víveres. Desactivo el modo avión, escuchando todavía al grupo Creole. Entra el 4G, la conexión va embalada. Suena Jail Them. Canto. Jail them, no casa por cárcel, jail them dirty, corrupt politician. Algún que otro paisano que vaya en el vuelo reaccionará. Venimos de época electoral, y en la isla también hubiéramos podido, como esos pelaos en Bogotá y en Cartagena, pintar los muros repletos de propaganda con eslóganes y fotos ridículas.

Desembarcamos. Miro con antipatía hacia el chico de ojos achinados que me empujó todo el condenado vuelo, que interrumpió mis sueños al ver esas nubes que acariciaban el pico del Ruíz que hace rato no está nevado. Nadie me pedirá un permiso de ingreso, sigo del lado colombiano de la línea punteada, pareciera un espacio infinito en el que cabemos todos, todos, menos los del azul de la bandera. El celular vibra repetidas veces, es el chat de sanandresanos en donde algunos celebran el nuevo título de congresista de un político popular, otros exigen desde ya el cumplimiento de la plataforma programática, y otros solo leemos sin decepción ni esperanza.

Que las plantas desalinizadoras no serán elefantes blancos, dice la clase dirigente, no como la incineradora, ni la de selección de residuos sólidos, ni como la de tratamiento de aguas negras. Repararon el emisario submarino y ya no tenemos las negruras del cuerpo como trapitos al sol, y que ahora empiezan las obras de este gobierno, que las fotos del nuevo mega colegio. Que no, que el Sunrise Park sigue sin operador y la piscina otra vez está verde, y que la ola de homicidios, que el video del policía que insulta con arma en mano a un hombre raizal al que le inmovilizó un caballo, que la Cancillería dice que triunfó una intención jurídica en Costa Rica, que el auto de desacato al gobernador por el tema del hospital.

Vibra, vibra, y vibra el celular por el que se cuela hasta donde yo esté toda esa agua llena de sal. No me cabe duda, así es que es el mundo después del Apocalipsis, lleno de noticias, de cadenas de WhatsApp, de memes de políticos y de motivos para quejarse, y de la culpa que siente un isleño al huir. Jail them, no casa por cárcel, jail them, all of them, all of them! Esa canción siempre se me pega. Peace out.