El amor en los tiempos de la Occre

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Pongámosle nombre a los ejemplos. Llamémosla Melanie, supongamos Melanie que es una profesional isleña que ha vuelto a su barrio después de 8 años de ausencia, cargada de proyectos maletas y un nuevo amor.

Pero Melanie ha cometido un pecado. Se ha enamorado del amor equivocado. Porque si hay algo que parece ser un pecado raizal es casarse con un “Paña”. Paña, porque si es extranjero está bien, si te casas con un alemán, un gringo, un sueco, va todo bien, el problema es que te lata el corazón por un “colombiano”, así entre comillas. 

La defensa de ese amor, unido en matrimonio y digamos, con un retoño de ojos inmensos deberá ser apoteósica. Se podrían hacer mil corazones en origami con las cartas escritas a la OCCRE por parte de la pareja, habría luego que romper estos corazones en pedacitos para dar con el número de lágrimas que esto le ha significado a la muchacha, podríamos multiplicarlo luego por 12, que es el número de salarios mínimos que le piden para hacer “avanzar” el proceso.  

Y es que en la tierra del olvido es más fácil sacarle un permiso para trabajar a una prostituta (que sabemos todos donde trabajan) que aun ingeniero como el esposo de Melanie.  Si nos vamos a la norma y entendemos que aquellas labores para la cual no hubiese profesional idóneo en la isla, si se podrían importar, está claro que en la isla rameras no hay, porque se traen sin miramientos para que repartan simulacros de amor. Habría que pensar en un movimiento pro meretriz raizal: pro-punani, (o es que acaso ¿nuestras putas no sirven?)

Ahora bien, para el amor verdadero, si hay lio. El lio significa que toda una familia que al menos parcialmente es raizal, tendrá que separarse en julio, buscando trabajo para un padre que se siente maniatado cuando se trata de responder económicamente por su hijo.

Esta familia se separa en julio, con ellos una profesional que probablemente salvo su vida muchas veces, que le regalo una sonrisa en los tiempos de dificultad, que estaba dispuesta a aportar al crecimiento de su archipiélago, y para la cual la Occre ha hecho más mella que cualquier epidemia.  ¿Le vamos a pedir a una mujer enamorada que escoja entre su tierra y su amor?  ¿O que vecino preferimos?, ¿el profesional que tiene el amoroso aval de nuestra hermana, o aquel de dudoso proceder?

Frente a la sobrepoblación todos tenemos un grito unísono “ya es suficiente”, pero frente a la ruptura de un amor, ¿quién podrá defendernos?