Mi hijo, que se ha hecho un narrador explicito y rico en adjetivos, entiende aquello que mi lógica me ha negado siempre, y me explica el concepto de milagro. “Milagro: -me dice- es lo que pasa, cuando pasan cosas que ni tú puedes explicar… “. Y tiene razón, no puedo. La estadística dice que en el accidente del avión en San Andrés debieron ser más víctimas; que las cifras se debieron invertir, sobrevivientes ilesos sobre heridos. A cada paso el relato se vuelve más inverosímil.
El cielo se abrió, dejó caer un rayo y partió un avión. Es simple. Lo complicado ocurre después.
De este suelo lluvioso brotaron héroes, como las flores después de la tormenta: cruzaron sus miedos, levantaron los cuerpos heridos y secaron las lágrimas.
Son Héroes, si pero por mucho más de lo que se ve a simple vista. Ellos, estoicos, se conforman con lo poco que tienen y lo hacen producir como el pan y el pescado que se multiplican, para saciar el hambre de multitudes. Son Héroes, que ante la tragedia, se reorganizan mentalmente dejando a un lado la queja improductiva y actúan. Son todos superiores a mí. Y me siento orgullosa de conocer a muchos.
Al siguiente día con más sosiego, la cabeza fría de tanta emoción, mi perspectiva sigue aguda y turbada. Pienso en el traslado que hacen de los pacientes más graves, y que llegarán a camas de hospitales llenos de aparatos, con máquinas para entender el cuerpo, con sistemas para arreglar lo roto, y me pregunto:
¿Cuándo será que a mi pueblo le será entregado un legado público que, acorde con sus espíritus amables y altruistas, les permita sanar los cuerpos sin moverlos sobre el mar?
No encuentro entre el trópico de Cáncer y el de Capricornio, un pueblo que más se lo merezca y me preocupa que algún día este terreno incrustado en la dimensión desconocida, decida acogerse a las leyes de la física y la estadística.
De lejos, a un hemisferio de distancia, la noticia parece un avance de una película: una desventura que ciega una vida, un pueblo solidario, cientos de titanes imponiéndose sobre el azote de Zeus y un paisaje abrumadoramente hermoso.
De todo se escucha hasta acá, se oye de grupos que vaticinan el fin del mundo, se encuentran otros, que hablan de un pacto tácito entre el creador y el caballito de Mar… Hubo incluso un grupo que asegura que esta es la señal de arranque de una era independentista, pues en la edad precolombina de la isla, no se caían aviones. (Claro no habían aviones, pero el silogismo es lógico)…
Están los triunfalistas; los pesimistas; los que todo lo vieron bello y funcional; los críticos, y los ausentes. Una vez más todos tienen razón. Este edén de coral, es el único lugar del mundo, en el que todos tienen razón. Por ejemplo, esta es una tragedia y un milagro al mismo tiempo… y surge la preunta: ¿como algo puede ser tragedia y milagro?
¿Ha estado en San Andrés?, allá todo es tragedia y milagro.
Edna Rueda Abrahams