La gente no podía creerlo, pero el aviso claveteado en la puerta de la cantina era una realidad que pesaba. El aviso decía: Se vende este negocio. Los primeros en verlo fueron los pescadores de las cinco de la mañana que se quedaron allí parados como postes, sin dar crédito a lo que estaban leyendo.
Primera parte (*)
‘Yeyo’ un niño de doce años a quien su padre ya ejercitaba en la profesión de pescador y que esa madrugada se había levantado a despedir a los pescadores fue el único que reaccionó. Y como Monaguillo que era del padre Rafael se fue corriendo a avisarle al cura, que ya para esa hora hacía su ejercicio de rutina que consistía en una caminata de cuarenta y cinco minutos en el patio de la casa cural.
Yeyo entró como una tromba al patio y casi se lleva por delante al desmirriado sacerdote que si hubiese cambiado la sotana por el boxeo hubiese sido inevitablemente peso lastima. -“No me digas que te volviste a comer el azúcar del café y que tu padre te viene correteando le dijo atropelladamente el cura”. –“No Padre es algo peor es que Antonio Aguilar está vendiendo la cantina y se va del pueblo, el cura lo tomó de la mano y con una fuerza desconocida, prácticamente lo arrastró hacia la Sacristía para vestirse mientras decía entre dientes: “Al primero que diga que va a comprar ese negocio lo descomulgo”.
El viejo Tomas Aguilar no pensó a los catorce años -cuando decidió independizarse de la casa paterna y con la venta de un gigante cardumen de Sábalos montaría un ventorrillo que después terminaría llamándose Paso del Norte en homenaje al charro Mexicano- que iba a entregarle a su hijo de nombre Antonio la más grande herencia de todo San José del Puerto y de los Montes de María.
Ahora meciéndose en una elegante hamaca sanjacintera, regalo del compositor Adolfo Pacheco, se vanagloriaba de la importancia que su hijo había terminado teniendo, prácticamente desde Cartagena hasta Tolú y especialmente por el nombrecito que se mandaba: Antonio Aguilar.
Todo había comenzado cuando el joven Antonio que ahora contaba con 33 años –la famosa edad de Cristo- que en aquel entonces con apenas doce años de edad había aprendido a tocar guitarra a expensas de un trota mundo de nombre Betsabe de Hoyos, cuyo rasgo particular era un lustroso y viejo sombrero Mexicano que nunca se quitaba de su cabeza y que lo había adiestrado no solo en el arte de la guitarra, sino en el de la Medicina y la Adivinación hasta convertirlo en una figura casi sobrenatural.
Betsabe un día cualquiera se fue, no amaneció, pero dejó un recado escrito con su puño y letra el día de su partida: “El que se va sabía mucho, pero el que se queda sabe más”, durante algún tiempo se rumoró en el Puerto que Betsabe convertido en fantasma y después que cerraban la cantina se ponía a parrandear con Antonio y su Padre, algunos hasta llegaron a afirmar que nunca se iba, sino que al llegar las primeras luces del día y para evitar habladurías se metía dentro de una tinaja de barro que los aguilares ocultaban celosamente en el fondo del aljibe de su casa.
Don Tomas se sacudió en su hamaca y con mucha agilidad impropia de sus años se puso de pie cuando vio entrar al padre Rafael en compañía de Yeyo. El curita casi le espeto en el rostro, dejándole sobre su cara un olor a creolina propia de los santos, o de los que casi lo son, diciéndole: -¿Donde carajo esta tu hijo? ¿Qué nuevo truco se traen ahora? ¿Hasta donde van a llegar con tanto despropósito?
La sonrisa picara de la cara de Don Tomas no presagiaba nada bueno y le dijo al cura lo que ni el pueblo hubiesen querido escuchar nunca, -“Antonio no es que se va, ya se fue”. El cura retrocedió como impulsado por una tromba marina y cuando dio la vuelta mirando para la calle ya la muchedumbre estaba rodeando la casa. Al frente de la casa de Don Tomas ya el comandante de la Policía, Próspero González había comenzado a montar un CAI; los vendedores de guarapo de Gambote ya estaban despachando; un carro con mangos de Malagana lo estaban descargando; los vendedores de Marlboro y de papitas y toda la prole de mesas de fritos de todas las corralejas de los alrededores ya se estaban instalando.
Las muchachas del burdel de Carmen Díaz de Sincelejo habían alquilado un patio cercano a la casa de Don Tomas y estaban levantando toldo. Cirilo el loco del pueblo poniéndose las manos como bocinas aullaba “si el patrón se fue, el volverá y si se murió, resucitará”.
Lo que no sabían en el pueblo, es que la noche anterior cuando Antonio Aguilar tomó la decisión de vender el negocio e irse, eran más o menos las nueve de la noche, y a esa hora un caminante de apellido Escamilla que iba de paso para Cartagena lo escuchó y se fue regando la noticia por todos los caminos, veredas, caseríos, y ciudades. A las doce de la noche los borrachines del Parque Centenario en Cartagena ya lo comentaban y a las cuatro de la mañana las prostitutas que buscaban donde tomarse una sopa en el paseo Bolívar de Barranquilla, se enteraron y alistaron maleta.
A estas alturas nadie se había preguntado a donde se había ido Antonio Aguilar, a su papá Don Tomas nadie se lo había preguntado ni él se había tomado la molestia siquiera de explicarlo. Para su Padre sus escapadas eran normales ya que su gran fama se debía no solo a que tocaba y cantaba ranchera como los mejores haciendo honor a su nombre, sino que le habían contabilizado en dieciocho años de activa vida sexual el honor de haber pasado por su bragueta a más de cuatrocientas mujeres vírgenes de la provincia y de haber convivido con más de doscientas en el mismo momento como marido oficial de aquellos que se sientan en la puerta de la concubina y arrellenados en la puerta principal se abanican.
Nunca se le había conocido mujer oficial y a las cinco de la mañana cuando cerraba un cabaret por su cuenta en Cereté, no faltaba quien después dijera que a la misma hora estaba cerrando otro en la Plaza del Arsenal en Cartagena. Como adivino le había hecho venir a todas las mujeres de la región los maridos ausentes en las materas de Venezuela. No había nadie mejor que él para quitarle a cualquier parroquiano un dolor de muela, de cabeza, de barriga y había llegado a ser reconocido por la Universidad de Cartagena como Tegua Honoris Causa.
Se había cansado de ser Alcalde de San José del Puerto, a dedo o por elección popular, se le habían contabilizado hasta el momento mil quinientos setenta ahijados, y las malas lenguas comentaban que la mitad de los pelaos eran de él. En el día de su cumpleaños que por casualidad era un 20 de Julio, era primera pagina obligada del Universal y del Diario de la Costa, presentado como el gran benefactor de la región.
Entonces el hecho de que él en toda su grandeza nunca había pretendido abandonar el pueblo, y que ahora estuviera vendiendo para largarse era un hecho que definitivamente conmovía todo el estamento parroquial atrapando en su conmoción a toda la Costa, del Golfo de Morrosquillo llegando hasta Cartagena.
La cantina Paseo del Norte se había vuelto famosa en toda la región del Golfo, la Sabana, y la Costa. Llegaban tribus enteras de la Costa Abajo con barcos llenos de losa panameña de contrabando para negociar con Antonio, de Isla Fuerte y otras Islas llegaban racimos de mujeres cuyos maridos habían desaparecido víctimas de las sirenas de islotes perdidos haber como él hacía posible su regreso. A veces en Paseo del Norte lograban albergarse debajo del techo y en la plazoleta del patio hasta dos mil personas y eran los días en que el Padre Rafael, bendecía con todo su fervor el hecho de que Antonio Aguilar hubiese nacido en su parroquia.
La noticia comenzaba a darle la vuelta al mundo y cuando nadie lo esperaba, hizo su irrupción en una esquina aledaña a la casa del escándalo un transmóvil de Emisora Fuentes. El viejo Roberto Sper compadre y socio de Antonio se apersonó de la noticia y había enviado a sus periodistas estrellas Robinson Suarez y Rafael Bolaños, consiguiendo en esta trasmisión un record en ventas y los cambios radiales de entrada y salida eran a nombre de Menticol una loción que había hecho famosa en el estadio Once de Noviembre el famoso comentarista deportivo Melanio Porto Ariza.
Pero eso no era todo. Un perifoneo que no se sabe quien pagó -después se supo que fue el negro Rocha, famoso mantero de la región- ya circulaba desde Corozal hasta Ternera en las goteras de la capital y en la voz inconfundible de Víctor Daza, lanzaba la siguiente proclama: “Se les avisa a todas las mujeres que tienen hijos con Antonio Aguilar y que este no ha reconocido que él se va del pueblo, por lo tanto es menester que él les bautice el hijo antes del domingo, este aviso es una cortesía de la Asociación de mombres engañados de toda la Sabana”. (Continuará)
(*) Relatos inéditos del libro de cuentos “Aladino está de visita”