Tómese por cara el área que ocupa la faz delantera del cráneo, entre la línea de pelo de la frente y el mentón, se encuentre este solo o con las copias que da la gordura. A los lados estarán las orejas, una de cada lado, acomodadas a la altura de los ojos y de un tamaño que no haga mella en la trasmisión satelital.
Divida entonces el área de la cara en tres partes: La frente, que va entre la línea mencionada del pelo hasta las cejas, populosas o finas, gemelas o única. Ubique en esta área las arrugas de la preocupación, el enojo o la simple huidas al sol. También puede poner aquí, la sorpresa, o la desidia, que se muestra levantando alternativamente una o dos cejas, según corresponda.
La segunda parte de la cara quedará ubicada entre las cejas y el área inmediatamente inferior a la punta de la nariz. En esta parte ubicaremos los ojos, dos preferiblemente, vidriosos, de modo que el alma se refleje; el color será a su elección. Va aquí también la nariz, única, ancha como el espacio entre los ojos, no mas, no menos; las mejillas flacas o gordas según el gusto del dueño.
Por último ubique en extremo inferior de este área, justo debajo de la nariz, pelo grueso si desea bigote, no sobra el comentario que le advierte que si, lo que pretende es una cara de mujer, esta instrucción debería ser obviada, o al menos disimulada.
La parte más distal de la cara, tendrá como eje la boca, que debería mantener cerrada, para evitar verse como un lelo (a), para sonreír eleve las comisuras, y para carcajearse ábrala grandemente sin cubrirla nunca, aunque su contenido no siempre sea el esperado.
Prepare siempre sus labios para dar besos, manteniéndolos atentos y dispuestos. En esta área tendrá las arrugas que hablan de sus alegrías, arrugas que se extienden hasta el surco entre su nariz y sus mejillas, esto hablara al final buen del uso y el abuso que usted hizo de la risa.
Al devolver la cara, usted deberá hacerlo en términos generales: arrugada, pecosa por el sol y sobretodo muy besado. Caso contrario podría pasar por usted por un mal agradecido.
Cuando miramos una rostro y reconocemos la tristeza, la alegría o la angustia, cuando nos reímos ante la risa de un bebe, estamos demostrando la evolución. Es cierto, la máxima de la evolución que es al final el cerebro humano, tiene como último escaño el reconocimiento de la emoción ajena, del otro, de sus necesidades.
Ubicadas en la corteza pre-frontal, hogar de la conciencia y el freno a los instintos que Freud llamó Yo, hábitat de la personalidad y la inteligencia, viven unas células que migran irreverentes de arriba abajo y de abajo a arriba durante la gestación, y que al nacer continúan procesos de delicado entrecruce: son llamadas células en espejo, o Cajal - Retzus, von Ecconomo y Martinotti, un nombre algo más corto que su función.
No pretendo hoy aburrir al lector con los detalles que suelen solo emocionar a un par de nerds en un laboratorio o a los aburridos psiquiatras descifradores asiduos de literatura técnica.
Pero me permito sorprenderlos, como me sorprendo yo, cuando encuentro que la humanidad de la que nos ufanamos, tiene un soporte biológico, un lugar donde el espíritu se ve, teñido de violeta y rosa. Se ve el lugar donde viven las virtudes, donde sentimos el placer de la generosidad, como cuando vemos en el otro la felicidad.
Los individuos que pretendemos la normalidad, sentimos una descarga de neurotransmisores que justifican la existencia.
Y digo los que pretendemos la normalidad, tomando la normalidad con pinzas. Estas células que se investigan como un nuevo continente, parecen tener las respuestas para muchas de las enfermedades mentales. Para la esquizofrenia y el autismo, donde su hipofunción explicaría el aislamiento social y el aplanamiento emocional en el que viven los pacientes crónicamente enfermos, para la psicopatía, caracterizada por la falta de empatía en la que transita el carente de culpa.
Poco a poco, tal vez demasiado lentamente para los requerimientos del mundo, nos acercamos a entender que aquello que nos hace humanos es la preocupación por el otro, el entendimiento de su núcleo: el amor.
No menos curioso ha sido descubrir que este asunto no es potestad única de los humanos, comparados cerebros con cerebros, encontramos similitudes sorprendentes en animales de los que sospechábamos tenían alma: elefantes, delfines, y simios superiores comparten con nosotros la mirada profunda, y entendimiento de la caricia y la cercanía como estimulo para la inteligencia y las células en espejo.
Negarse a ser parte de un entorno, a hacer simbiosis con un mundo nos llevará únicamente a ser descartados como especie. Y seguramente, se perderán millones de años de evolución dirigidos a hacer conscientes las redes neuronales que unen el planeta.
Nada es casualidad, la el cerebro no es muy distinta al universo, cada pequeño mundo es importante y fuerzas invisibles lo unen todo. Hasta que no sepamos mas, no es buena idea destruir.