
La psiquiatría irrumpe en la mente de la mayoría como una pseudociencia que nada entre la filosofía y el psicoanálisis, Interrumpe en las debilidades más profundas, aquellas de las que inevitablemente se huye para no admitir el miedo, la duda, la ira, o el deseo. La psiquiatría estudia lo que no se ve, lo que no se toca, lo que no miente, y esto siempre asusta al indocto.
Pero la psiquiatría evoluciona y cambia del mundo hablado y conceptual de Lacan; del iceberg que es el aparato psíquico de Freud; para ubicarse como un extremo excitante de las neurociencias, dedicado a descifrar como pensamos, como deseamos, como nos causamos placer, o donde reciclamos un recuerdo para desembocar en una sonrisa o en una lagrima; estudia donde vive la motivación, el amor, la generosidad. Donde en esta casa enmarañada que llamamos cerebro.
La psiquiatría -obviamente yo la estudio y en consecuencia la amo- es la ciencia de las ciencias, estudia al hombre mismo que piensa, como lo hace, cuando lo hace y como se hacen patológicas las ideas para que crezca el delirio.
Para el no-psiquiatra, el demente, el esquizofrénico, el loco, el lunático, es la misma persona; el psiquiatra encuentra sutiles diferencias en el discurso de cada uno, y entiende de lejos, desde el andar, como funciona el cerebro que camina sobre el resto del cuerpo. La psiquiatría es la razón de las razones para la medicina, todo aquello que hace que amemos al paciente que se somete a una cirugía, vive en los jardines de la mente, y la mente es nuestra potestad.
Por eso la psiquiatría. Por eso se necesita, porque no hay hombre sin mente (un hombre sin mente es un animal… un animal en coma); un hombre sin conciencia, vive en un mundo que no necesita ser mejor, un mundo que no se justifica. Por eso la psiquiatría, porque no tiene sentido vivir si no se piensa, y entender cómo se piensa es vivir.
Anular esta oportunidad de ciencia, medicina y lógica equivale a negar la humanidad de los pacientes y tratarlos únicamente como cuerpos sin alma, No permita un pueblo ser tratado con la indolencia de la esclavitud, ya no habrá pedros claveres que medien.
¿O es que no merece un psiquiatra una mujer que pierde a su hijo? ¿Un hombre al que se le amputa una pierna? ¿Un niño con problemas de aprendizaje? Incluso usted, que se ufana de su sanidad mental…
El promedio mundial dice que por cada 100.000 habitantes ha de haber 3.8 psiquiatras, en extremos que van desde 61 en Argentina hasta 1.8 en Bosnia, ya nadie piensa que cero sea una opción -como ocurre en el hospital de San Andrés- precisamente por eso: porque piensan.