
Es cierto que los anteriores procesos de paz nos produjeron desilusiones profundas, incluso nos llevaron a creer que no había otro camino que la guerra para derrotar a la guerrilla. Y elegimos al doctor Álvaro Uribe Vélez para hacerla. Pero tampoco funcionó, pues la culebra siguió viva y coleando a pesar de los duros golpes propinados.
Es con esta conciencia con la que tanto el presidente Santos como las FARC deben abordar el nuevo proceso. Sin duda no será nada fácil, ni rápido, puesto que son dos concepciones opuestas de la sociedad, la economía, y el Estado, las que serán objeto de discusión en la mesa de negociaciones. Pero ambos tienen la obligación de coger el toro por los cuernos.
Sólo el reconocimiento del grave perjuicio que se le ocasiona a la comunidad con la guerra y la comprensión de que hay que despojarse de ciertos dogmas e ideologías utilitarias, puede conducir al país al fin del conflicto. De lo contrario, seguiremos en las mismas.
De modo que no debemos ser totalmente escépticos. Se que hay argumentos suficiente para ello, pero nadie quita que esta sea el momento justo que siempre hemos estado esperando para firmar la paz en Colombia.
Ésta será, eso sí, la más grandiosa de todas las oportunidades que ha habido porque se cuenta con la experiencia necesaria para afrontar semejante reto y existe suficiente ilustración acerca de las causas más hondas que produjeron el conflicto.
La única prueba irrefutable de la sapiencia del hombre es la convivencia pacífica. Y si no la logramos jamás nos creerán, siquiera, que somos un país en vía de desarrollo.