La situación del hospital no me sorprende, no me sorprendía cuando vivía en la isla, y la verdad cambiando algunos actores (no todos, porque Caprecom sigue en la novela como un personaje inamovible), la versión actual del hospital “Amor de Patria”, es como la adaptación mejicana de una novela colombiana, hecha antes desde el viejo Timothy Britton.
Yo misma participé y promoví varias veces huelgas que buscaban la mejoría de los sueldos, o al menos el pago de estos. También proteste contra las cooperativas que prometieron (y aun me deben) la estabilidad laboral que encontré solo a 6000 km de mi casa.
Lo que sí es sorprendente es el aguante, el aguante de la sociedad isleña, que no se cansa de viajar en avión ambulancia a buscar, por ejemplo, electroencefalogramas en las ciudades de Colombia; un examen que suena grandioso, pero que hoy día no es más complicado que la impresión por computadora de una hoja escrita, un examen que es rutina en el mundo, un mundo por supuesto que vive en el siglo XXI. El aguante de un pueblo que demanda milagros de hombres y mujeres de la salud, pero que no se le une a la lucha.
El aguante de mis colegas que no emigran, en manada… despavoridos, y que por el contrario se aferran a un sentimiento patriótico que no les da de comer, que no les da con que trabajar y que los excluye de al menos 100 años de avances científicos, un hospital que les pide que olviden lo que aprendieron y que no aprendan más.
Pero es aguante o indolencia. ¿Qué le pasa a una sociedad que no se cansa de perder las mismas batallas? La locura fue definida por Einstein como la intensión de encontrar resultados distintos cuando se hacen las cosas de la misma manera. Y es una locura evidente, que sigamos con las mismas estrategias fallidas para solucionar los mismos problemas.
Las personas tienden a ver la salud como un espacio para la caridad, pero hoy no es así. La salud puede (o debe) ser visto como un negocio con intensión social. La salud tiene recursos económicos para cada caso: un porcentaje del sueldo de todos los contribuyentes, los dineros de las aseguradoras y las asignaciones del estado. Para cada procedimiento que en nombre de la salud se le hace a un paciente, hay previsto un presupuesto que ya fue recolectado y que tiene que ser distribuido.
Distribuido entre el personal de salud que hace bien su trabajo, recolectado por el personal de facturación que está atento para cobrar a multinacionales que distan mucho de ser el pobre paciente que se acerca a la ventanilla. Reinvertido por una gerencia que ve las posibilidades de mejorar cada día, tecnológica, científica y estructuralmente.
En San Andrés tenemos varias ventajas que por una u otra razón no hemos querido utilizar. Infraestructura: centros de salud como los de la loma o de San Luis, que dejamos morir y que lejos de competir con el hospital, lo fortalecerían en su papel de entidad de tercer/cuarto nivel y lo elevarían al puesto de centro de remisión, y no desde el cual se remite.
Un hospital menor en edad que la mayoría de sus símiles en otros Departamentos, nacido para funcionar, pero que como cualquier estructura expuesta a la sal y al uso, requiere mantenimiento. Personal capacitado: muchos de ellos en la isla, pero muchos exiliados por políticas desvergonzadas y actitudes soberbias; hoy hay fuera de la isla más especialistas isleños que en el mismo territorio insular, la mayoría de ellos listos para volver cuando se las condiciones sean las mínimas para la ejecución saludable de las ciencias de la salud.
Vocación de servicio: indudablemente un espíritu que con mucha dificultad se encuentra en la abundancia en la que se vive aquí. Ubicación geográfica privilegiada que nos podría posesionar como un lugar de referencia para Centro América, subsidiando con la venta de servicios especializados y supra especializados, otros que no tienen una producción tan alta pero que son demandas permanentes de nuestra comunidad.
A mí me gustaría volver, ¿a quién no? Me gustaría conocer a mis pacientes, a sus familias, me gustaría comer mangos en temporada, despertarme cerca al mar y vivir con sol todo el año, pero también me gustaría hacer un electroencefalograma cada tanto y probar la medicina del siglo XXI para ofrecer todo aquello que pueda a mis pacientes, que me pagaran el sueldo por el que he estudiado y ver a mi isla mejorando. Lo que no me gustaría es tener que elegir entre una u otra opción.



















