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elisleño.com - El diario de San Andrés y Providencia.

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Herencia

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EDNA.RUEDEAEn consulta nos encontramos tres mujeres. La médica era yo, las otras dos, eran una mujer de edad madura, con pelo cobrizo y algo pasada de peso; la otra era una mujer que parecía perdida en una galaxia cercana, cabellos grises ensortijados, sentada en una silla de ruedas que andaba con dificultad. Eran madre e hija.



La hija estaba enojada con el mundo, pero solo lo expresaba hacia su madre, que ni siquiera lo sospechaba, que no se encontraba en ese lugar aunque su cuerpo no lo supiera aún.

Ella, la hija, empujaba la silla entre reniegos y sarcasmos filosos como agujas. Parecía cansada de llevarla en el día, de dormir poco en las noches, de envidiar la ausencia en la que vivía su madre, y que la obligaba en cambio a permanecer en una realidad que no le gustaba y que no daba señas de mutar.



La mujer joven había preguntado porque la anciana era agresiva a veces, porque su memoria no era buena, no recordaba donde había dejado las llaves, o si la estufa estaba prendida, no recordaba los nombres de sus hermanos, e incluso llegó a pensar que su hija bien amada, era una vecina que se prestaba amable a traerle los paquetes.


Se le explicó la enfermedad de la madre, se le habló sobre los riesgos, las expectativas del tratamiento, se le dijo que habría que hacer estudios, imágenes, que habría que rehabilitarla, encontrarle una rutina que despertara en su cerebro demente, una luz, una flama que se cuidaría como la llama olímpica en invierno.



La hija recibía las instrucciones con más y más repudio, los aspectos de la enfermedad de su madre, la molestaban y meneaba la cabeza en un “no” eterno, no estaba dispuesta a acatar ninguna regla para buscar la mejoría.


Tajante me preguntó: “¿Pero recuperará la memoria?”, “¿volverá a ser normal?” Me callé por un momento para elegir mis palabras, sabía que no había logrado conmoverla y que así, no ayudaría a mi paciente.... Sin embargo, me ganó la verdad: le dije que no podía garantizar ese resultado, para lo que ella solo tuvo una insistencia incomoda... “O sea que ¿seguirá igual?” Tuve que decirle que lo se buscaba era que no empeorara tan rápidamente, que durmiera mejor, que fuese más fácil cuidar de ella...

Pero mis argumentos no la convencieron, sin mucho más me contestó que no gastaría un peso en un tratamiento con tan pocas garantías... Yo había fallado, en este duelo ella tenía las armas y yo las palabras.


Se volteó, enfiló hacia la puerta, impunemente, con la silla a empujones y una anciana que se despedía en un canto. Enojada, y sobre todo frustrada me levanté de mi asiento para emitir una última sentencia.... “Le dije que esto que tiene su mamá es hereditario”.

Por un momento conseguí su atención, y una mezcla de resentimiento y angustia se dibujaron en su rostro... Yo sin embargo disfrute más los dos segundos en los que me conecté con la anciana, que pareció poseer nuevamente el cuerpo y empezó a repetir risueña y en la misma tonada en la que estuvo cantando toda la consulta : “Es hereditario, es hereditario, es hereditario”.

Última actualización ( Sábado, 14 de Abril de 2012 10:13 )  

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