Como si fueran pocos los problemas sociales que tenemos con serios indicadores de intolerancia, violencia y delincuencia, ahora se evidenció uno más, que no por ignorado, deja de ser tan real como los otros en este menú de la perturbación diaria del orden público.
Se trata del vandalismo generado por algunas excursiones de jóvenes estudiantes de diferentes ciudades del interior del país, que -como se ha visto y revisto en esta Semana Santa- pareciera que vinieran a vacacionar a la isla dispuestos a todo. Y todo es todo.
Beber aguardiente y amanecer en la playa dejando un tendal de botellas esparcidas en la arena; acompañar su andar con equipos que le ganan en estridencia a cualquier pick up; generar daños al inventario de los hoteles y convertir su estadía en un martirio para todos los que directa o Indirectamente tienen que ver con ellos.
La última acción notoria de estos perturbadores con tarjeta de turista -que no debería ser patente de corso para delinquir- fue al amanecer del martes pasado cuando un grupo nutrido de ellos ‘se tomó’ la playa de Sprat Bight, especialmente a una lancha de la Cooperativa Native Brothers en la que se montaron hasta hundir la embarcación.
Esta especie de parranda vandálica acompañada de vallenato a todo volumen estuvo a punto de convertirse en tragedia cuando los lancheros afectados se percataron de la acción de los muchachos y fueron con justicia a reclamar, recibiendo por respuesta agresiones físicas y verbales.
Así las cosas hubo que recurrir a la fuerza pública. Mientras los transeúntes se aprestaban a iniciar labores diarias, desde la peatonal hasta la esquina del Banco de Bogotá, se prolongaron los disturbios, los intercambios de golpes e insultos y las explicaciones incoherentes a los diez o doce uniformados que llegaron a calmar los ánimos y llevarse detenidos a dos de los revoltosos.
¿Quiénes son los responsables de estas excursiones? ¿El guía, el operador turístico, los propios muchachos? ¿Y si son menores de edad? Las secretarías de Turismo y del Interior, los gremios del sector, las autoridades de policía, el Bienestar Familiar, la Asamblea y varias entidades más, tienen las respuestas.
De allí tendrán que salir las estrategias y planes puntuales para cambiar estos comportamientos de raíz y evitar la crónica de una tragedia anunciada; de la que hasta ahora solo Dios sabe cómo nos hemos venido salvando.