Antes que se acaben las celebraciones por el Día de la Mujer, las cuales han copado todo este mes que hoy termina, tengo que decir que la injusta discriminación y el sometimiento de las mujeres han sido dos de los peores errores cometidos por la humanidad.
Nunca se le debió negar el derecho a la educación, a la libre escogencia de su pareja, a mostrar su belleza, a heredar, a la autonomía, a participar en política, y a formar parte de los órganos de poder tanto públicos como privados, y todas las demás prerrogativas de las que sí han gozado los hombres con una prepotencia vituperable.
Por tanto, la humanidad tiene una deuda histórica con la mujer. En virtud de lo anterior, resultan incomprensibles a estas alturas del siglo XXI la violencia de género, la concepción equivoca del sexo débil, y el despojo de su soberanía. Es hora de entender que la mujer no es un alfil sin libre albedrío ni originalidad, sino que es un ser humano con aspiraciones propias, con métodos distintos y condiciones muy diferentes.
Una manera de ser que contribuye cada día más con el progreso, el cambio social, y los avances científicos. La mujer es una valiosa y arrasadora fuerza de la que jamás ha debido sustraerse nunca la humanidad; el hecho de habérsele despojado de sus derechos fundamentales -desde el principio de los tiempos- sólo ha contribuido al enseñoramiento del hombre en claro perjuicio de la justicia y la igualdad.
Es perentorio, entonces, que el hombre revise su manera de ver a las mujeres. Los medios de comunicación, por ejemplo, deberían dejar de seguir presentando telenovelas con alto grado de discriminación femenina y los publicistas abandonar la idea de mostrar siempre a la mujer en papeles de segunda. Los padres de familia deberían educar a sus hijas para gobernarse a sí mismas y no para ser gobernadas por un hombre. Ningún acto en la historia ha sido más irresponsable que el de promover la cultura de la sumisión vergonzosa de la hembra al varón.
La solidaridad con sus sueños permitirá que la sociedad del futuro supere la injusticia social, las amargas relaciones entre los sexos, y el error desmesurado de haberla convertida en objeto y no sujeto de la historia. Por eso, la liberación femenina, en los términos que propone la feminista Florence Thomas, tiene que ser entendida como producto de la razón y la justicia y no como un sinónimo de desquite.
Las mujeres son un manantial de creación inmejorable y determinantes en todo el transcurso de la vida.
COLETILLA: "Si un minuto basta para morir, debe bastar para cambiar".