
Escritores, poetas, periodistas y seguramente enamorados con esperanzas marchitas se han enfrentado a la hoja en blanco. Un asunto que lleva sin remedio a la desesperación y hasta la blasfemia contra sí mismo. No tener tema o tenerlo y no saber cómo plantearlo para que sea atractivo, interesante y conlleve al interés del lector, suele convertirse en verdadero dolor de cabeza.
Algunos han salido airosos del mal momento convirtiéndolo en humor, y hasta en verdaderas piezas literarias. Otros han naufragado en ese mar de confusiones, implacable y temerario.
En esas estoy hoy. Debo mandar la columna al periódico para que salga el sábado, y no tengo la más remota idea de qué voy a escribir. Estoy mentalmente cerrado. “Desguañañao, como el viejo camión de tu papá”, diría el poeta José Ramón Mercado.
Echo una mirada a todo lo que se puede convertir en material periodístico en la ciudad, el país y el mundo, y constato que hay de sobra para transformarlo en opinión: la ciudad de la ilusión tratando de salir airosa del atolladero, guerras con matones de saco leva ordenando desde los escritorios de poder, niños muertos a bombazos o consumidos por el hambre, mujeres socavadas por el machismo, la coca sagrada convertida en negocio más brillante que el oro, políticos en campaña tratando de convertir mentiras en verdades aparentes, atardeceres de ensueño sobre las murallas, la música envolviendo con sus notas la nostalgia. Pero ahí está el asunto. La magia que convierte el pensamiento en argumento está desaparecida.
No es primera vez que ocurre. Otras veces ha llegado ese momento cuajado de incertidumbres. Aunque solo ahora permanece tanto tiempo presente. Quisiera dejar la hoja en blanco, levantarme de la silla, llamar a la editora y decir que no hay columna. Podría elaborar una mentira para salir del paso. Sería un camino fácil. Lo desecho. No es lo mío. Debo seguir adelante.
Recuerdo que Álvaro Cepeda Samudio, de quien escribí la semana pasada, sufrió del mismo mal. José Orellano, quien fuera jefe de redacción de El Heraldo y dirige el portal digital El muelle Caribe, lo confirma. El tormento de Cepeda ante la hoja en blanco lo convirtió en un sugestivo texto titulado: Geografía del tema. En uno de sus apartes dice el genial periodista y escritor: “El columnista buscándolo y el tema huyendo, dándose todas las mañas para eludir los garfios anhelantes con que se le trata de agarrar”… “Y de pronto, como el cazador del refrán, el tema salta de donde menos se espera”.
Coño, lo logré. Este es el final.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.



















