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¿De quién el Caribe?

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En uno de esos gestos que la investigación histórica permite, llegaron a mis manos dos cartas escritas por el vicealmirante inglés William Goodson en noviembre de 1655. Procedían de los archivos británicos, y su prosa, cargada de estrategia y fuego, exigía una lectura cuidadosa. Para traducirlas, recurrí a Margarita Sorock, una amiga norteamericana con sensibilidad para los textos antiguos. 

La traducción llegó en un mes de agosto a mi oficina en Cartagena, donde entonces dirigía el Observatorio del Caribe Colombiano.

Tras la toma de Jamaica en 1655, el dominio español estaba debilitado por años de abandono. Ciudades periféricas como Santa Marta y Riohacha quedaron vulnerables frente al poder naval inglés. La orden del Almirantazgo era clara: debilitar el control español intentando la toma de posiciones continentales clave. Ese año fracasaron en la toma de Santo Domingo.

La primera carta, fechada el 7 de noviembre, narra con precisión militar dos operaciones: el asalto a Santa Marta y el intento fallido contra Riohacha. Al avistar esta última, la flotilla enfrentó un enemigo inesperado: la geografía. Una ensenada de poca profundidad impedía el desembarco seguro. Los 350 hombres debían llegar de noche sin ser descubiertos, pero los barcos no encontraron paso directo. Los pilotos ingleses, ajenos a estas aguas, desistieron. Goodson describe una ciudad pobre, cercada por indígenas sublevados, con apenas cien habitantes, aunque con un atractivo comercio de perlas. Riohacha se salvó no por sus defensas sino por su esquiva geografía.

La suerte de Santa Marta fue distinta. Tras sortear tormentas, la flotilla arribó el 24 de agosto. En poco más de una hora, las tropas inglesas tomaron el poblado mientras los defensores huían al bosque. La conquista no se limitó a lo militar: se quemaron casas e iglesias, incluyendo el convento franciscano y la iglesia Mayor. El fuego dejó una herida profunda en la estructura social y urbana de esta ciudad.

Visto en perspectiva, la llegada de las naves inglesas en 1655 no fue un episodio aislado, sino parte de una secuencia más amplia de incursiones que han hecho del Caribe un escenario recurrente de proyecciones imperiales. En aquellas cartas de Goodson, como en tantos documentos que reposan en archivos extranjeros, el Caribe aparece siempre como un objeto a conquistar, nunca como un sujeto que decide. Las banderas cambian, los discursos se refinan, pero la lógica permanece.

Hoy, al releer estas cartas, recuerdo también a Margarita Sorock, quien ya no está entre nosotros. Su mirada generosa y su rigor filológico siguen presentes en cada palabra traducida con paciencia. Ella comprendía que traducir es tender puentes entre tiempos y memorias.

Y ante esa persistencia histórica que las cartas revelan, cabe preguntarse: ¿de quién es el Caribe? ¿De quienes lo navegan, lo cartografían y lo vigilan? ¿O de quienes lo evocan, lo nominan y lo habitan?

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.

Última actualización ( Sábado, 11 de Octubre de 2025 08:53 )  

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