Intentaba pescar un pescador y llevaba ya mucho tiempo sin sacar nada del agua. Al final de la jornada, recogió la red que había echado por la mañana una y otra vez, y vio que había conseguido solo atrapar a un pequeño pececillo durante todo el día...
– ¿No me vas a devolver al agua? –le dijo al pescador– Así, dentro de unos meses, cuando vuelvas a pescarme, seré un pez mucho más grande y podrás disfrutar mucho más de mi carne… El pescador se quedó un rato pensativo y finalmente dijo:
– Pues prefiero llevarte hoy conmigo, aunque seas pequeño, y comer poco, antes que irme para casa con los brazos vacíos y no comer nada… Ya mañana aparecerá lo que pesco.
Es lo que narra la Palabra de Dios en este V Domingo del tiempo ordinario. Dios, el gran pescador ha salido a pescar; busca corazones dispuestos a ayudarle a hacer de nuestra querida Colombia, una patria mejor, que se comprometan a transformarla, pues grandes riquezas tenemos, pero faltan corazones generosos. Dios va atrapando pececillos, no importa si son pequeños, pues él solo pide disposición de corazón, lo demás será obra de su gracia.
Las lecturas nos hablan de tres pececitos. El primero es el profeta Isaías, que cuando siente que ha caído en la red del Señor dice: “¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, que habito en medio de gente de labios impuros, he visto con mis ojos al Rey, Señor del universo” (Is 6, 5) Otro pececillo es Pablo, que en su soberbia parecía un pez imposible de pescar, pero una vez que está en la red de Jesús, es pez sencillo y temeroso que, consciente de la humildad de su barro, proclama: “por último, como a un aborto, se me apareció también a mí. Porque yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios (1 Cor 8s). El tercer pececillo es “Simón Pedro que, atrapado en la red, se echó a los pies de Jesús diciendo: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador” (Lc 5, 8).
Como vemos, los tres personajes coinciden en verse sobrepasados ante el llamado de Dios y la misión encomendada; sienten que son poca cosa para una misión tan grande. Más aún, dejan salir sentimientos de impotencia ante la fuerza contraria a Dios que reina en su entorno. Se va conformando una narrativa que también hace curso en nuestra sociedad alcanzando grandes niveles de aceptación y que es aprovechada por los intereses politiqueros. Esa narrativa se centra en pretender demostrar y hacernos creer que somos un país fallido, una nación inviable, un pueblo sin futuro. Somos incapaces de hacer algo positivo a no ser que aparezca un superhombre y nos salve. Esto nos ha vuelto pesimistas e indiferentes.
Pero, gracias a Dios, Isaías se convirtió en el primero de los grandes profetas, que dedicó su vida a luchar en favor de pobres y oprimidos y logró sostener la fe vacilante de su pueblo. Pedro, por su parte, se convirtió en pescador de hombres y roca firme de la fe de la Iglesia naciente, encargada de anunciar el mandamiento del amor; y san Pablo recuerda que la Iglesia debe fundamentarse en Jesucristo muerto y resucitado. Cada uno de ellos, en su época y en su comunidad, mantuvo la esperanza de un mejor mundo para todos.
El mensaje de este domingo está cargado de esperanza. Una Colombia mejor es posible. Pero se requiere que vivamos la experiencia con Jesús en tres pasos sugeridos en el evangelio. Primer paso, Jesús, “Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente” (Lc 5, 3). Jesús quiere subir a nuestra barca, quiere navegar con nosotros Si Cristo vive en cada uno de nosotros, el cristianismo se convierte en la tabla de salvación para nuestro país. Él quiere indicarnos el rumbo del viaje hacia un futuro en paz y con justicia social; él nos señalará el momento de echar la red.
El segundo paso, “Remen mar adentro, y echen sus redes para la pesca” (Lc 5, 4). Se requiere confianza en su palabra más que confianza en nuestras capacidades y conocimientos. Su palabra hace posible lo que no es normal, transforma el miedo en alegría. Tenemos que confiar en él. Solo por tu palabra echaré las redes, porque lo pide Jesús. Volvamos a la Palabra de Dios y dejemos que ella se imponga en nuestra vida; permitamos que ella nos cuestione, y nos envuelva el misterio de su infinita sabiduría, que nos renueve la manera de pensar y que cambie nuestros horizontes de vida para que nos lleve a colaborar con su misión de transformar la sociedad; es lo que sucede con Isaías con el ángel: “Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado” (Is, 6, 7).
El tercer paso, “No temas; desde ahora serás pescador de hombres” (Lc 5, 10). Esta invitación brota del sueño divino de conducirnos a una sociedad distinta, más humana y fraterna. No tengamos miedo, porque la confianza está puesta en Dios no en nosotros, y pues estamos fundados en esta gran verdad; “que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; y que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; y que se apareció a Cefas y más tarde a los Doce… por último, como a un aborto, se me apareció también a mí” (1 Cor 15, 3ss). La experiencia de Cristo en nuestra sociedad será la fuente y la fuerza de su transformación.
Con infinita confianza el Dios, abandonemos la narrativa del fracaso y asumamos la buena noticia de la esperanza de que Colombia debe nacer de nuevo; y como nos indica san Pablo tengamos plena seguridad de que “por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos. Aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Cor 15, 10).
Creo Señor que somos pececillos atrapados en tus redes, pero aumenta nuestra fe para permitirte que subas a nuestra barca y vayamos contigo mar adentro, con la ilusión de una Colombia mejor, donde podamos obtener una pesca milagrosa de paz y de justicia.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.