Avanza el año Jubilar, Año Santo, Peregrinos de Esperanza, y nos encontramos en este domingo con la celebración de la fiesta de la presentación del Señor en el templo de Jerusalén, y la Jornada mundial de oración por la vida consagrada. Que ellos gocen los frutos espirituales de este jubileo y que el Señor les conceda muchas vocaciones.
Quiero centrar la reflexión solo en un concepto, la presentación del Señor es la fiesta del encuentro, donde salen a relucir estrategias efectivas del enamoramiento entre Dios y la humanidad. Comencemos con esta sencilla historia. Un amante llamó a la puerta de su amada.
- ¿Quién es?, preguntó la amada desde dentro.
- Soy yo, dijo el amante.
- Entonces márchate. En esta casa no cabemos tú y yo.
El rechazado amante se fue al desierto, donde estuvo meditando durante meses, considerando las palabras de la amada, hasta encontrarle el sentido. Por fin regresó y volvió a llamar a la puerta.
- ¿Quién es?, dijo la amada.
- Soy tú, respondió esta vez el amante. Y la puerta se abrió inmediatamente.
La puerta del amor se abre cuando hacemos el yo a un lado y vamos en busca del tú, entonces podemos decir con el salmista: “¡Portones!, alzad los dinteles, que se alcen las puertas eternales: va a entrar el Rey de la gloria” (Sal 23, 7). En la fiesta de la presentación del Señor impera el tú. Esto lo vemos en las estrategias de enamoramiento del Amante y del amado. El Amante es Jesús y su estrategia consiste en venir a nuestro encuentro como uno de nosotros, tomando nuestra condición humana. El amado, que es la humanidad representada por Simeón y Ana va al encuentro del Amante con la estrategia de la fe humilde.
Comencemos diciendo algo del amante y su estrategia. Es Dios y es quien ha tomado la iniciativa de venir él mismo a buscarnos asumiendo nuestra condición humana, nuestra carne y nuestra sangre. Se hace Dios con nosotros, y es presentado como el mensajero de la Alianza, y el Mesías enviado por Dios. Jesús es de nuestra familia, de nuestra carne, vive nuestra historia, conoce nuestros pecados y nuestras miserias. Ha aprendido todo lo nuestro para poder llegar al corazón de la maldad humana y cambiarla radicalmente. Ha sabido vivir nuestra misma vida, sin sentirse alejado del pueblo y de sus miserias. Dice la carta a los hebreos: “Por eso tenía que parecerse en todo a sus hermanos, para ser sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar los pecados del pueblo” Hb 2, 16s). El amante viene interesado en nosotros y nuestra salvación, no en su gloria y su belleza.
Esta es una buena noticia para la humanidad y especialmente para los que más están sufriendo por causas de violencia, pobreza, desplazamiento, e injusticia. Dios siempre nos busca, no se cansa de hacerlo. Se esconde en la humildad de los pobres, vive entre los pequeños y alejados, nos busca inclusive por senderos inhóspitos, y así nos enseña que la humildad es el lugar donde vive Dios, que el amor es grande cuando se da a los pequeños; que el amor verdadero cobija hasta los más alejados. No estamos solos. Él mueve los corazones a la generosidad, dispone las manos para ayudar y consuela con oraciones de hermanos creyentes.
Pero hablemos también del Amado y de su estrategia. En la fiesta de la presentación aparecen a recibir al Amante que llega dos personajes, Simeón y Ana, representando a la humanidad entera, hombre y mujer, sin ningún tipo de distingos. La estrategia que emplean es la fe sencilla. Dios no pide ni espera nada más, solo una fe sencilla.
De Simeón afirma el evangelio que “era justo y piadoso, y esperaba la consolación de Israel; y estaba en él el Espíritu Santo” (Lc 22, 25); su fe no tiene nada de extraordinario, la vive con sencillez en las cosas de cada día. Es un hombre que busca a Dios y espera su manifestación. Esto lo traduce en una hermosísima y a la vez muy sencilla oración: «Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel» (Lc 22, 31). Simeón vio la grandeza del amor de Jesús que lo llevará hasta la cruz, por eso profetizó a María que una espada le traspasaría el alma.
De Ana dice el evangelista que era «hija de Fanuel, de la tribu de Aser, de edad avanzada; después de casarse había vivido siete años con su marido, y permaneció viuda hasta los ochenta y cuatro años; no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día en ayunos y oraciones. Como se presentase en aquella misma hora, alababa a Dios y hablaba del niño a todos los que esperaban la redención de Jerusalén». Es una mujer que vive su fe en medio de las circunstancias de su vida; no hay nada extraordinario, solo una fe sencilla que la mantiene viva, alegre y abierta al amor de Dios.
Para acoger al amante no necesitamos más que eso, una fe sencilla, un corazón abierto a los designios de Dios que nos va mostrando su amor en los acontecimientos diarios a cada uno y también a la humanidad entera. Ese encuentro amoroso con Dios sucede cada día en medio de las actividades cotidianas; ese encuentro alienta nuestro compromiso y fortalece nuestra misión. El encuentro con Dios no tiene fecha ni se da en un lugar paradisíaco, se da cuando menos se espera y hasta en los lugares donde creemos que está ausente, como dice el libro del eclesiástico: “De repente llegará a su santuario el Señor a quien ustedes andan buscando; y el mensajero de la alianza en quien se regocijan, miren que está llegando, dice el Señor del universo” (Mal 3, 2).
Creo Señor que vienes a nuestro encuentro haciéndote uno como nosotros; pero aumenta nuestra fe, para que te acojamos con fe sencilla y corazón abierto y se encienda en nosotros la luz que ilumina la vida. Nuestra Señora de la Candelaria nos guíe y nos acompañe.
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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.
