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Sociedad de la empatía

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NADIN.MARMOLEJO.NUEVA2020Hay evidencias demoledoras de cualquier duda —que aún exista— sobre la importancia y relevancia de la unión de los pueblos a la hora de afrontar sus retos más exigentes. El dolor es la causa que a menudo más convoca a la gente. Los afectos llevan a la acción conjunta por el motivo más pequeño.

Existen otras razones como las luchas contra las tiranías, la búsqueda de la libertad y la resolución de las crisis políticas y socioeconómicas.

La unión en torno a un propósito plantea una salida de la confrontación y del choque permanente con el otro. Pero «los hombres construimos demasiados muros y no suficientes puentes», cuestionaba Isaac Newton. De hecho, la historia está hecha sobre bases que no permiten ver en el otro una fuerza de complemento, sino a un competidor o a un adversario al que hay que ganarle la partida, siempre. Hasta el fratricidio, incluso.

Por lo que se requiere persistentemente un esfuerzo mayúsculo, cada vez, para conseguir unir a la gente en torno a un objetivo común. La suerte de un pueblo unido no es la misma de uno fragmentado, como se ha visto históricamente.

«Dos cabeza piensan más que una», reza el adagio popular. De ahí que el enemigo más común —e indebidamente enfrentado— de los problemas que se tornan irresolubles, es la desunión de la sociedad, básicamente.

Por eso, contar con el liderazgo político o religioso, uno que no trate de moldear el espíritu humano de manera que no se atreva a desplegar sus alas, sino como el que anhela San Francisco de Asís en su «Oración por la paz», constituye un acto de sensatez. No sea que este liderazgo acabe «aprovechándose» de los recursos que le son entregados. Políticos y gobernantes han abusado del erario sin que reciban a cambio la más mínima sanción social, siquiera.

Para ello, es necesario entonces que obren la ética y la justicia de un modo especifico y visible (no se construye un futuro nuevo soñando y añorándolo, solamente). El presente que vivimos es el único que nuestros sentidos con certidumbre pueden atestiguar. Así que hay que encontrar una acción. Acciones sobre palabras, siempre.

La unión de los isleños de San Andrés y Providencia, que daría, como es obvio, un resultado compuesto heterogeneidad, simple mas no compleja, parece ser la manera con mayores posibilidades de sacar adelante los variados y grandes anhelos —de vieja data— de los habitantes de las islas. Me refiero al acueducto, alcantarillado sanitario y pluvial, y la salud pública; recuperar la seguridad y la economía local; adoptar prácticas de turismo sostenible y atender el cambio climático, entre otros.

La esperanza y el compromiso de todos los isleños no serán fáciles de alinear, eventualmente, pero si se actúa en solitario seguirán siendo presa fácil de los promeseros de paraísos imposibles.

La fusión de las fuerzas de los ciudadanos, y de sus planes individuales y grupales, exige la ejercitación de las lecciones aprendidas. Sin estas no pueden surgir nuevas experiencias. También de la crítica, que resulta siendo un aporte importante cuando devela la corrupción y pone al erario a salvo de sus garras.

Cada individuo tiene su opinión, es cierto. Más al poder le conviene la fragmentación del pueblo. La existencia de burbujas en las redes sociales puede ser un buen ejemplo de ello.

De ahí que aquello de que «divide y reinarás» no puede seguir siendo la estrategia para afrontar los retos habituales de una sociedad en crisis (polarización) puesto que está comprobado que deriva siempre en una dictadura del beneficio particular y no del bienestar común.

Y una sociedad incapaz de acceder a su humanidad, afectividad, racionalidad, le resulta más difícil practicar la empatía, la solidaridad y la cooperación mutua.

A la luz de este planteamiento, la expresión del salmo 133 parece oportuna, o, más bien, urgente: « ¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!». Y un hogar (las islas de San Andrés y Providencia, en este caso), se cuida entre todos, no se abandona al primer infortunio.

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Este artículo obedece a la opinión del columnista. EL ISLEÑO no responde por los puntos de vista que allí se expresan.

 

 

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